La voz del filósofo
Estamos habituados a pensar que los filósofos trabajan con abstracciones y en unas alturas celestiales que poco tienen que ver con nuestros cuerpos. En verdad, no es así, ya que los filósofos se ocupan de la vida humana y los seres humanos tenemos cuerpos. Hasta los filósofos tienen cuerpo. Hegel, por ejemplo, se ha interesado por la voz como el elemento más típicamente humano de nuestra vida corporal. Lo hizo en textos densos y a menudo abstrusos como Fenomenología del espíritu y Enciclopedia de las ciencias filosóficas. No se asuste el lector, no exploraremos semejante selvas intelectuales.
Cuando digo que soy yo mismo, uno y mismo, dotado de nombre, también digo que estoy dotado de un cuerpo. Y el cuerpo como mi cuerpo se experimenta y se vive en la voz, algo que sale del cuerpo y que se realiza hasta callarse, es decir que al realizarse también se cancela. Así es la vida, algo temporal, que llega y pasa de largo. Yo me experimento a mí mismo al oír mi voz, con el añadido de que la oyen mis semejantes, seguramente distinta de la que yo percibo. Basta con grabarla en una cinta magnética y oír el resultado. Es decir que mi voz, aparte de ser la mía, personal e intransferible, es algo objetivo porque existe para los demás. Algo simétrico me ocurre cuando oigo las voz de los otros.
La voz, como sonido inmediato, es la más elemental experiencia de la verdad porque con la voz decimos nuestras convicciones y también nuestras mentiras, que son el otro lado de nuestras verdades. Hay algo más y en ese algo más incide la importancia musical de la vida, el sonido convertido en un objeto que ya no es de nadie en particular porque es de todos. En efecto, como dice el poeta Coleridge, si hay unos cuantos animales que cantan, sólo el hombre sabe que canta y es capaz de construir instrumentos que semejan cantar. En el sonido, los hombres (incluyo a las mujeres en el plural gramatical, que las lectoras no se sientan excluidas) nos vivimos como especie, como animales que hablamos, cantamos, sabemos que hablamos y sabemos que cantamos.
No es casual, entonces, que el hombre haya inventado la música, la haya fijado en partituras y construido ingenios para registrar el sonido. Cuando escuchamos grabaciones con la voz de Jonas Kaufmann, el violín de Anne Sophie Mutter o el piano de Javier Pieranes, estamos oyendo a nuestra especie, la humanidad, dando una realidad sonora añadida a la realidad natural del mundo.