La verdad de quien escucha
Entre las numerosas querencias de su omnívora curiosidad intelectual, Carlos Castilla del Pino sumó la de melómano. Sus amigos podíamos encontrarlo fácilmente por tierras de España o de más allá, en alguna sala de conciertos o de ópera. Siempre me llamó la atención el interés musical de este psiquiatra de profesión, dado que tanto en esta disciplina central de su obra como en otros géneros de escritura – la monografía, el tratado, la novela, las memorias personales – obviamente el medio, instrumento y ambiente a la vez, es la palabra. Y, según la imagen fronteriza del poeta, la música empieza donde mueren las palabras. Llegamos entonces al Reino del Signo Intraducible.
Aflorismos (así, tal cual, sin corregir, se trata de un oportuno neologismo) aparece este asunto que podríamos denominar dualidad semiótica de la música. Es el que lleva precisamente el número 538 y dice: “Significa lo que yo quiero que signifique: eso es del todo verdad en la música.”
¿No hemos dicho más de una vez que tal músico nos resulta admirable pero en este preciso momento no tenemos ganas de escucharlo? Ahí empieza el querer significar, según la propuesta de Castilla. Más elementos nos aporta su concepción de las dualidades yo/sujeto y cara/rostro. Un sujeto y una cara más o menos estables dan lugar a una pluralidad de rostros y de yoes. Como en una sucesión de voces, como una polifonía, amablemente consonante o agriamente disonante.