La seria cuestión serial
La aparición del serialismo fue uno de los traumas estéticos de la música en el siglo XX. Y digo estético pero no técnico, a pesar de que mucha crítica ha considerado meramente técnica la propuesta de Arnold Schönberg. En contra, la gran voz apocalíptica de Theodor W. Adorno proclama que Schönberg cumple una suerte de profecía y diseña un destino: la abolición de la tonalidad. Para suscribirla hace falta creer en los destinos y las profecías, y hasta en el progresismo en materia de arte, lo cual parece rasantemente desmentido por la experiencia del arte mismo.
Es cierto que el sistema schönbergiano es rígido y, aparentemente, como tal sistema está concluso por sus cuatro costados: serie, variación, inversión de la serie y variación de la inversión. Con esto se demuele el viejo edificio tonal, que consiste en mostrar cómo toda tensión se resuelve. Hace unos cuantos años, Constant Lambert acuñó para don Arnoldo el mote de “anarquista de sangre azul” porque había salvado a la música de su disolución radical, es decir: la supresión del semitono. Éste subsistió junto con la escritura pentagramática y los instrumentos convenidos y heredados. Entonces: el verdadero trauma serían el cuarto y el octavo de tono, la música concreta y la electroacústica. Nada que ver con Schönberg.
Los resultados divergen. El inventor de la criatura hizo un uso extenso de la misma, pero no pudo acabar su obra magna, Moisés y Aarón. Dicho en buen criollo: no le dio el cuero. Su discípulo Anton von Webern se limitó a mostrar que el invento no daba ni para una hora de música. Alban Berg, el mejor de la clase, lo puso en escena con una libertad ajena al sistema.
Propongo una conciliación —provisoria como toda conciliación— evocando lo que Donald Mitchell escribió a propósito de la utilización de las series en la música de Benjamin Britten: el serialismo puede ser manejado no como un lenguaje —predispuesto, como todo lenguaje, lo que exige el dogmatismo schönbergiano— sino como una manera de pensar la música. Se pueden suprimir las cadencias expresas pero también se las puede sugerir sin perfilarlas. Con ello se ensancha intelectualmente el campo de la tonalidad y salvamos entre todos, bajo la capitanía de Arnold Schönberg, al viejo y querido semitono, base roquera de la tonalidad. Sí, roquera, no rockera.