La perfección del triángulo
René Girard ha estudiado en Estrategias de la locura uno de los triángulos amorosos más significativos del siglo XIX, el formado por Richard Wagner, Cósima Liszt y Friedrich Nietzsche. Fueron personajes habituados a esta suerte de geometrías. Sin ir más lejos, Wagner era amante de Cósima cuando ésta permanecía casada con Von Bülow y algunas hijas suyas de la marca Bülow se deben a la colaboración wagneriana. El director de orquesta admiraba al compositor, tanto que aceptó el divorcio porque, entre un hombre y un dios, su mujer había optado razonablemente por el dios.
Nietzsche fue menos considerado. Endiosó a Wagner y luego derribó su altar, sustituyéndolo por Bizet. Tal vez nunca dejó de admirar la grandeza musical de Ricardón, aunque lo vio como un artista que rindió culto a dioses y héroes en una sociedad de burgueses y burócratas filisteos y mediocres como la Alemania de Bismarck y el emperador Guillermo. Lo cierto es que Nietzsche, en tanto compositor, no pasó de la más modesta modestia y como filólogo, resultó cuestionado por los especialistas. Su genio, residual, si se quiere, tiene que ver con la filosofía considerada una rama de la literatura. Mientras Wagner resultó consagrado en vida, Freddy debió esperar a la posteridad.
El triángulo –sigo a Girard– implica la atracción que un hombre siente por otro a través de una mujer. Razonando en plan freudiano para principiantes, se puede pensar en un regreso a la infancia –como si alguna vez hubiéramos salido de ella completamente– reconstruyendo la asociación papá-mamá-nene. Pero en un hombre joven y en camino a la inalcanzable madurez definitiva, el otro hombre es un modelo, un paradigma que se diviniza con cierta facilidad, hecho lo cual se convierte en un obstáculo y debe quitarse del medio. Se trata de una lucha por el yo que Nietzsche, ni músico ni filólogo, cristaliza en su teoría de la vida como una guerra de dominios. En el caso, dominar como líder la cultura alemana de su tiempo. Así Bizet sustituye a Wagner y Freddy puede aspirar a ser el dios Dionisos, cuando no el Crucificado al cual denuesta y admira, casi por junto.
Hoy no nos alcanza la opción. Wagner y Bizet, cada uno en lo suyo, ocupan sus lugares en la historia de la música. Hay noches en que preferimos a Brunilda. Otras, a Carmen. Finalmente, sin ese ángulo femenino no habría triángulos, símbolos de la perfección.