La ley del silencio
El 21 de noviembre de 1954 Bruno Walter dirigió a la Filarmónica de Nueva York en la Sinfonía fantástica de Berlioz. Afortunadamnente, ha quedado para siempre registrada en CD por la firma Nuova Era. Evito la obviedad de describir y elogiar lo hecho por ese maestro de maestros. No obstante, cada vez que se habla de la creación berliociana, se piensa en lo sabrosa que es para cualquier director y cualquier orquesta esta partitura de genio, fundacional, alucinada y de inteligente insolencia. Me quedo en la toma de sonido, muy respetable por su parte.
Durante el primer movimiento, sobre todo en las muy líricas frases de unísonos en los violines, abundan las toses del respetable. Si me pidieran una prueba de que las relaciones humanas son normalmente vínculos espontáneos de poder, daría ésta: el concierto paralelo de toses que se descerraja en nuestros conciertos de música. Al decir nuestros pienso en las salas de todo el planeta. Es como si la primera tos fuera un desafío del ruido al sonido. El que tose se dice “he pagado, me van a oír, soy tan audible como Pollini, Jonas Kaufamnn o la Filarmónica de Viena”. Enseguida, sigue la fila de tozudos y tosudos imitadores. Durante ese primer movimiento, que Berlioz tituló Ensueños y pasiones, a la orquesta se le añade el coro lejano de las toses solistas.
Pero a partir del segundo movimiento, con ese vals donde vemos sacudirse las crinolinas de las tatarabuelas, don Bruno se impone y no suena una sola tos más. Al escuchar la grabación, se escucha el silencio de la multitud porque, en música como en poesía, cuando las cosas se hacen bien, suena el silencio como la recatada respiración del alma, ya que siempre se relaciona el alma con la inspiración/respiración. La gente ha suspendiendo el aliento, dominada por el encuentro de Héctor Berlioz y Bruno Walter. Su silencio es de esos que se muerden y la música, por seguir la figura alimenticia, se come con los oídos. Salimos de la sala como quien deja la mesa de un banquete, con la memoria del festín y la melancolía del final, que también es silencioso.