Kraus y el esperpento vienés
Continuamos. Sorprende el hastío, cuando no el alivio y hasta la alegría (en forma de Schadenfraude, alegría por el mal ajeno) con que las fuerzas vivas acogen el asesinato de Francisco Fernando en las escenas del prólogo de Los últimos días de la humanidad. En el cuadro segundo, entramos en el Café Pucher, que está en Kohlmarkt, entre el Graben y la Michaelerplatz. Allí están el Presidente del Gobierno, el Conde Carl Stürkgh; y el Ministro del interior, Barón Karl Heinold von Udyuski. Leen periódicos, típico de los cafés vieneses del centro y del Ring, incluso hoy día: “qué día más soso, hoy no ocurre nada”. A Stürkgh lo asesinará en 1916 el hijo del socialdemócrata Viktor Adler, Friedrich, director de la revista Der Kampf, La lucha.
Los cuadros tercero a noveno constituyen uno solo. Ahí vemos al ridículo Wilhelm Friedrich von Nepalleck, consejero de la corte, personaje de existencia real. Se prepara un entierro de tercera clase para el Kronprinz, por orden “de las alturas”. Es un retrato de la banalidad e ignorancia del personaje como paradigma de los cortesanos del momento. Un largo monólogo al teléfono. Escuchen y vean la lectura del actor Martin Ploderer de este fragmento (ya sabemos que en Austria unos odian y otros aman a Kraus; y lo mismo pasa con Bernhardt, y bastantes más):
Algunas salas de fiesta han pedido continuar sus actividades pese al atentado; “que sigan, no hay luto oficial”. Es Nepalleck uno de esos personajes que hablan de manera muy especial, no podemos cogerle el tonillo, el matiz, las continuas patadas al lenguaje (una de las obsesiones de Kraus, el maltrato al idioma como síntoma de la miseria de la sociedad). La traducción de Kovácsis se enfrenta a desafíos así a lo largo de todo el amplísimo texto. “Tiene que haber reparación, es cuestión de prestigio. Si hay problemas, los alemanes nos sacarán del apuro”. Uno de los empleados de Francisco Fernando acude suplicante, cuando hasta el momento los que rodeaban al heredero formaban un gobierno en la sombra dispuesto a salir al sol en cuanto falleciera el anciano Francisco José. El intendente S. A. Príncipe Alfred Montenuovo, personaje también real, expulsa al empleado, ya no hay sitio para los que dependían de Francisco Fernando, del que Montenuovo era franco adversario. No quiero volver a ver a ninguno de esos caraduras del Belvedere (donde residía Francisco Fernando). Pero aparece el Príncipe Weikersheim, Príncipe desde 1911, que era uno de los favoritos de Francisco Fernando, que incluso iba a suceder a Montenuovo al acceder al trono el heredero. Hasta aquí, el esperpento cortesano. Pero queda el esperpento final, la auténtica traca del prólogo.
En el cuadro décimo estalla realmente el esperpento. Sombras, como quiere el propio Kraus, sombras cortesanas y gentes más o menos destacadas que quieren hacerse ver, reciben en la estación del Mediodía el cadáver de Francisco Fernando. Una escena de masas que puede incluir más figuración y trajes que el cuadro de apertura en la Ringstrasse. Por ahí aparece Angelo Eisner von Eisenhof, uno de los recién llegados a la gran sociedad vienesa. Les adjuntamos un cuadro de la época con Angelo medio de espaldas, en primer término, y una buena multitud en la Ringstrasse. Podrán reconocer a Mahler. Los demás, son personajes no reconocibles. Al fondo, la Hofoper. Poco antes, la Sirk-Ecke, precisamente. Angelo es terrateniente, cantante amateur, propietario de una revista. Le da el pésame a Nepalleck, que repite la cantilena del Emperador: “no me he librado de nada, nada me ha sido evitado”, algo así. Kraus ridiculiza a todos, tanto a los personajes imaginarios como a los reales. Todos pujan por su importancia social, que justifica que estén allí, porque tienen que estar, puesto que son importantes. El prólogo se cierra sobre la ceremonia sacra, ensuciada aún más por los periodistas (los odiados periodistas de Kraus), que tratan de “captar la atmósfera”, es decir, de manipular el momento todavía mejor que los propios presentes cargados de vanidad. Muchos de ellos, e incluso el propio Emperador Francisco José, aquí ausente, detestaban a Francisco Fernando.
Ya aparecía, en este final, el personaje llamado el Criticón, o el Gruñón, der Nörgler, que el propio Kraus sugiere que es él mismo, mediante bastantes detalles; cuando en rigor no siempre puede identificársele con él. Hace un canto de ambiguo sentido, que es una maldición.
La primera maldición.
Hace cien años que habrían tenido lugar estas escenas esperpénticas, más o menos imaginarias, cuando todavía no había estallado la guerra. Así nos despedimos del prólogo y de esta obra. No teman, no insistiremos. Lo que intentábamos era abrirles el apetito sobre esta espléndida obra antes de la pausa de verano. La ficha es la siguiente (y hay que insistir que la traducción de Kovacsis es una proeza, y que hay párrafos enteros de la obra perfectamente intraducibles).
KARL KRAUS: Los últimos días de la humanidad.
Versión española de Adan Kovacsis. Tusquets, Marginales. 608 páginas.
1 comentario para “Kraus y el esperpento vienés”
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