Korngold y “La Paloma” de Daniel Schmid
Hace más de cuarenta años. Éramos unos críos. Pero cinéfilos. Por entonces, ir al cine era habitual, no una rareza. Ver cine de autor no estaba mal considerado. Despreciar la televisión era algo normal, no era tachado de esnobismo. Íbamos a ver películas filmadas por gente más o menos rara, moderna o no. Así, caímos un día en una película que nos habían “potenciado” por ahí, no sé cómo ni dónde: La Paloma, del suizo Daniel Schmid (1941-2006). Por entonces (la película es de 1974) se ponía poco cine europeo; a diferencia de ahora mismo, en que no se pone ninguno, viva el libre mercado interior frente al monopolio de la basura gringa. Que conste que los gringos hacen buen cine a menudo, pero aquí cae toda la basura, sin discriminación; en cambio, no recibimos buen cine europeo, como tampoco ponemos buenas obras teatrales europeas (ni españolas, todo hay que decirlo).
Dicho esto, voy a lo que voy. La Paloma se llama así, no Die Taube, ni The Dove (hay una peli british de ese mismo año con el título The Dove: nada que ver). Recuerdo que era una estilización de lo melodramático con elementos narrativos ajenos a lo convencional, una película “rarita” y de esas que te dejan una impresión para siempre sin necesidad de brutalidades ni crueldad, pero con un uso hábil de lo hortera, de lo kitsch. Pues bien, en medio de la acción dramática, la bella y turbia protagonista (Ingrid Caven, espléndida actriz y excelente cantante, habitual y mimada de Schmid), en un decorado ajeno a la realidad del filme, se pone a cantar el Lied de Marietta, del primer acto de La ciudad muerta, de Korngold. Ya digo que éramos unos críos, y no identificamos aquello; tendría que haber puesto Schmid, qué sé yo, un trocito del monólogo de Violetta al final de primer acto de Traviata, que hubiera ido muy bien con el argumento; pero no, puso algo que no podíamos reconocer así como así los simples mortales. Es cierto que ese número separado era más conocido que la ópera, que en esos momentos era poco menos que un título del pasado que no iba a volver jamás; reinaban todavía los vanguardistas, el Tercer Reich había despachado a los degenerados, aunque lamentablemente Stravinski, doña Nadia Boulanger, los compositores de Estados Unidos y Gran Bretaña más otras negaciones del progreso seguían dando guerra; no importa, creían que el futuro era suyo (todo el futuro, se entiende).
La Paloma: canción de Marietta: https://www.youtube.com/watch?v=kwSsjwpaREE
No identificábamos aquella música, ni mucho menos. La protagonista empezaba a cantar, y de repente le secundaba el corpulento caballero que la pretendía, siempre sobre el paisaje celestial de pintura y luz eléctrica. No se pierdan esa joyita; solo dura cuatro minutos. En el original, Marietta canta algo que cantaba la esposa a la que Paul ha hecho un altar en casa, un morboso altar; y él sigue el canto al cabo de un rato.
Lo curioso es que el compositor de La ciudad muerta, Erich Wolfgang Korngold, que había estrenado con enorme éxito esa ópera en 1920, fue un creador trascendental en la historia de la música para el cine; eso es sabido. Eso sí, se exagera cuando se dice que tanto él como Max Steiner importaron de Europa Central todo el saber y todo el hacer operísticos para trasplantarlo a sus películas. No, en las películas todo es más sencillo, menos complejo, tanto en films como King Kong (de Steiner, la primera vez que usó música incidental, esto es, no motivada por una fuente del propio film: un coro que está ahí, una orquesta, alguien que canta) o en The Sea Hawk (obra maestra de Korngold, película de 1940 que sentó a cuerno quemado al nuevo régimen de los canallas hispanos); lo mismo en Another Dawn (una de las cuatro películas cuya partitura sirvieron para el insuperable Concierto para violín de Korngold) que en finales tan kitsch como el de Jezebel, en el que la música de Steiner eleva a la categoría de glorioso el gesto final de la protagonista: acompañar a la muerte al que tendría que haber sido su marido (Bette Davis, Henry Fonda, film de William Wyler): final que en lo cinematográfico y lo musical abraza (no roza: abraza) el mal gusto, película que prefigura con claridad la del año siguiente, Lo que el viento se llevó. No vamos a ver ahora por qué. Seguimos con Korngold.
Y con La Paloma. Repito: estamos en 1974. Korngold ha muerto hace casi diecisiete años. Él, que inventó realmente la fórmula de la música cinematográfica vigente durante más de dos décadas, y que han reivindicado con su propia música compositores como John Williams, ponía sin saberlo música a una situación dramática distinta, aunque no del todo ajena, a aquélla para la que escribió el Lied de Marietta. Esa música es un remanso en medio de la pesadilla. Ya lo decía Richard Strauss, despectivo: la gente aguanta Tannhäuser por la Canción de la estrella y La valquiriapor el Winterstürme. Pero no deja de ser una canción distinta al aria de la ópera italiana todavía vigente en 1920, aunque por poco tiempo; es un canto diatónico, sí, pero que casa bien con el recitativo cantábile a menudo exasperado de esa alucinación operística, de esa violencia sicológica tan vienesa, más allá del original del belga Rodenbach.
¿Qué habría dicho el propio Korngold, compositor que solo vivió sesenta años y que, aun así, tuvo tiempo de morir en vida, artísticamente, en dos ocasiones?
Qué ajena es la canción de Marietta a la clásica partitura para el cine del propio Korngold, que era más o menos esto: fanfarria para introducirte con entusiasmo y algo aturdido; repentina modulación, tema romántico o lírico o amoroso (aquí, tal vez sí hay semejanza con lo “operístico”), modulación o transición, tema descriptivo (espadachines que se enfrentan, por ejemplo: Errol Flynn y Basile Rathbone en Captain Blood, pongamos por caso, pero hay más, includio el final de The Sea Hawk, también con Flynn), nueva modulación, amplio “tema con paisaje” en el que puede haber, por ejemplo, un viejo barco que desafía las aguas y el poderío imperial, español o no), modulación, tema saltarín o humorístico, etc… Cuánto se le criticó por ello, como si hubiera rebajado su arte. Cada época tiene sus prejuicios y fanatismos.
Pero en La Paloma Schmid rendía homenaje a Korngold, o se servía de él, justo un año antes de que se iniciara la recuperación del compositor de Brno, judío y aun así vienés de (casi) toda la vida. En efecto, en 1975 se pone en escena en Múnich y se graba en disco La ciudad muerta (dirige Leinsdorf, cantan Carol Neblett y René Kollo), inicio de la recuperación de un compositor bastante olvidado hasta entonces (no del todo, pero sí bastante; más olvidados fueron Zemlinsky o Schreker, entre los muchos degenerados de la exposición nazi de Düsseldorf, 1938). Todavía quedaban tiempo y esfuerzos para recuperar a Korngold y a los contemporáneos suyos; incluido Strauss, del que se repetían apenas seis o siete cosas, entre orquesta y ópera, y para de contar. Hoy consideramos que La ciudad muerta es una de las diez o doce grandes óperas del siglo pasado. Daniel Schmid acaso lo sabía antes que todos los demás. De su cine no podemos hablar ahora, ni tampoco de su maestría como director escénico de óperas. Otra vez será.
En la fotografía de apertura: Daniel Schmid.
En la fotografía en blanco y negro: Max Steiner y Wolfgang Korngold.