Karl Kraus y los 100 años de Sarajevo
El sábado, día 28 de junio, hará cien años. Cien años del asesinato del Kronprinz Francisco Fernando por parte de un terrorista serbio que no actuaba solo, que tampoco actuaba a las órdenes del gobierno del Belgrado, pero que actuaba dentro de una red oficial del Estado serbio y consentida por el gobierno serbio, que pertenecía a una de los pueblos de Europa más heridos en su narcisismo nacional. Como pocas veces, el sueño de la nación produjo monstruos. Desde al menos 1903 Serbia era un estado basado en el asesinato, y Austria-Hungría era un amplio estado que en Europa cumplía una función importante acaso sin saberlo. Frente a frente, la nación irredenta frente a la difícil convivencia del estado pluri-nacional. Allí las naciones, en la medida en que existían, raras veces tenían que inventarse el pasado, como entre nosotros. La ofensa quedaba más o menos cerca en la historia (lo de Hungría en 1849 es muy doloroso y no caben olvidos; además, el emperador es el mismo de aquel año), y sin embargo este estado impidió que Rusia o Alemania se tragaran pequeñas naciones más tarde surgidas tan sólo para ser dominadas por otras.
La muerte de Francisco-Fernando y de Sophie no ha dado mucho para el drama o la ópera. Curioso. ¿Tiene que ver con la antipatía personal del archiduque, que se mantiene en el tiempo como un indeseado e indeleble perfume? No se puede hacer un héroe de un personaje poco querido. Entre los mártires de la realiza rusa, la gran duquesa Anatasía tiene la ventaja de ser una ficción a partir de una muchacha, pero su padre, Nikolai, el último zar, pocas simpatías ha producido en literatura. Nikolai y Francisco-Fernando han dado lugar a “pistoletazos de salida” en la narración, como cuando este último da pie a una preciosa novela polaca, El rey de las Dos Sicilias, de Andrzej Kusniewicz, que arranca precisamente con el crimen de Sarajevo y otro crimen cometido en esos mismos días; si esta novela surge del arranque de la guerra, el final de ésta da lugar a la muy desencantada Lección de lengua muerta, en la que el mismo autor, Kusniewicz, sugiere el final de un tiempo, un mundo, no sólo de un régimen. Ambas, en Anagrama. Hay dos libros que se han vendido bastante en estos meses, y que sin embargo son espléndidos y resultan ilustrativos sobre lo que culminó en Sarajevo y sobre lo que empezó en Sarajevo: Sonámbulos, cómo Europa fue a la guerra en 1914, de Christopher Clark (Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores) y 1914-1918, Historia de la Primera guerra mundial, de David Stevenson (Debate).
Pero el 28 de junio lo que nos recuerda también, aparte del febril inicio de una largo mes de tiras y aflojas en Europa (si Viena hubiera golpeado rápido, quién sabe si Europa no se hubiera ahorrado el espanto de la guerra), es el montón de escenas del prólogo de Los últimos días de la humanidad, de Karl Kraus (edición castellana íntegra en Tusquets), inmensa ópera sin partitura, pero con numerosas músicas, que irán desde las operetas de Viktor Leon (de Viktor Leon, no de Lehár o de Kálmán: se anunciaba sobre todo el libretista, que por cierto nunca era uno solo) hasta La Guardia del Rin, himno de cierta ferocidad germanista, como tantos himnos nacionales, pero que Kraus reduce al ridículo dentro de este vasto esperpento. Esta obra de Kraus está escrita en forma dramática, y podría constituir una representación de unas tres semanas, a razón de un episodio de tres horas cada día (tal vez se descansaría los domingos, y hasta es posible que nos quedemos cortos). Podría dar lugar a una serie televisiva, quién sabe. Podría ser de producción austriaca, pero en Austria no se ha producido nada parecido a una autocrítica, como tampoco en Rusia (y no decimos esto por repartir culpas entre dos bandos, es que son dos ejemplos interesantes de secuelas de la segunda guerra).
Die letzen Tage des Mencshheit consta de un amplio prólogo y cinco actos. Tan sólo las 10 escenas del prólogo (unas largas, otras fugaces) darían lugar ya a una representación normal. Para la fecha del 28 de junio estas escenas del prólogo tienen un interés especial: muestran las reacciones de los medios oficiales y del pueblo vienés ante el asesinato del Kronprinz, reacciones tibias o incluso complacientes y hasta chuscas. Es una muerte que parecen lamentar tan sólo los que formaban parte de su gabinete en la sombra en el palacio de Belvedere, y cuya torcida fortuna se alegran de contemplar los que hasta el momento temían su llegada, inminente –se pensaba- dada la muy avanzada edad del emperador Francisco José.
Continuaremos.