Juan Bautista Alberdi
El argentino –por más precisar: tucumano- Juan Bautista Alberdi (1810-1884) soporta la opinión de unos cuantos, con Mario Vargas Llosa en primer lugar, de ser el más importante intelectual latinoamericano del siglo XIX. La suscribo. Sólo quiero, brevemente, señalar la pluralidad de sus intereses y su carácter fundacional. En el Congreso Anfictiónico de Panamá sentó los cimientos del derecho internacional americano, basado en los escolásticos españoles del derecho de gentes, Suárez y Vitoria, como apuntó Salvador de Madariaga; en sus Bases y puntos de partida diseñó la constitución de su país, obedecida, conculcada, pisoteada, reformada y aún vigente; en el Certamen de Montevideo –sitiada por las tropas del general Oribe– trazó las líneas de una moderna poética continental; también esbozó la filosofía de la praxis para aquellas tierras; fue feroz polemista en sus Cartas quillotanas; fustigó a nuestra civilización cuando el conflicto frrancoprusiano con El crimen de la guerra; dejó una novela utópica: Peregrinación a Luz del Día; y una sátira teatral contra el dictador Rosas: El gigante Amapolas.
¿Te estás preguntando qué hace en este blog musical? Figura como músico, que también lo fue, en páginas amables y elegantes para piano que cito de memoria: un par de valses numerados, otro llamado La candorosa, el minué Figarillo. Todo ello como parte de su enésima empresa, la revista La Moda que editaba en la sitiada ciudad que Alexandre Dumas denominó la Nueva Troya. Alberdi, también cronista de costumbres, tuvo, como todos los exilados argentinos de aquel asedio, una gran admiración por Larra. Ello explica su pseudónimo, el Fígaro larriano en diminutivo. Los románticos sudamericanos tenían muchas reticencias respecto a España, la metrópoli que había sido expulsada de América por las fechas en que ellos habían nacido. Con todo, salvaban tres devociones literarias: el Romancero, Espronceda y Larra, tanto que, al saberse de su muerte, editaron en su memoria un tomo con sus artículos.
Entre gente hispana siguen siendo raros los ejemplos del escritor-músico o vecino a la música, normal en la tradición germánica, por ejemplo. Se suele decir que hemos tenido auténticas generaciones de escritores sordos. Alberdi, en esto como en tantas otras cosas, abrió un espacio donde aparecen, mucho después, el cubano Alejo Carpentier, el uruguayo Felisberto Hernández, los españoles Federico García Lorca y Gerardo Diego.
Como tantos argentinos, Alberdi vivió la mayor parte de su vida fuera de su país: Chile, Génova, París, cerca de donde le tocó morir. Lo imagino evocando su juventud ante un piano, reviviendo sus bailes de salón, rodeado por las fantasmales parejas del pasado y la lejanía. Sólo volvió, fugazmente, a su tierra, donde le brindaron honores oficiales. Acaso se preguntó, entonces, por qué no cabía en la república que había contribuido tan decisivamente a constituir.