Javier de Dios y La marchenera
Pero el cambio más importante y de superior sabiduría teatral lo da Javier de Dios en su manera de transformar el libreto prolijo y enmarañado de La marchenera (1928), que además contiene ese tipo de regionalismos que eran del gusto vigente en la época y que hoy quedan ingenuos, trasnochados o sencillamente resultan de muy mal gusto.
Javier de Dios respeta, hemos dicho. No es de esos chicos atrevidos que se enfrentan con ignorancia a la zarzuela y dicen que vienen a “quitarle la caspa”. Qué sabrán de caspa ni de zarzuela. Enfréntate al fenómeno, estúdialo, degústalo, mira a ver si lo entiendes, y entonces hablas, chaval. A Javier de Dios no ha hecho falta decirle todo esto. Me da la impresión de que en él, como hombre de teatro, prima esa condición de la sabiduría que es la prudencia. No la falta de valentía ante la innovación, sino la vergüenza torera ante lo gratuito, la ocurrencia, el capricho hueco. ¿Se sabe todavía a estas alturas qué quiere decir “vergüenza torera”? Lo pregunta alguien que nunca va a los toros.
Para La Marchenera acude el dramaturgo y director a una de las variantes de “teatro dentro del teatro”. No siempre es una función que se desarrolla dentro de otra. Es la preparación de la futura zarzuela por parte de dos personajes. Primero, un empresario que tiene mucho de creativo, con ese equilibro entre la ilusión y el escepticismo sin los cuales no hay realidad teatral (ni de ningún tipo). Es Blas Cantero. Segundo, un joven que llega al teatro con nuevas ideas y deseos de triunfo. Es Serafín Bravo. Estamos en plena dictadura de Primo de Rivera, en 1927, y hay habituales alusiones a cuestiones de la época: estrellas y política, más que nada. Dos actores excelentes (Fernando Sansegundo y Javier Muñoz) encarnan estos dos preparadores de éxitos, que se encuentran con obstáculos mas también con imágenes de lo que será, va a ser. Carlos Álvarez se entrevera en la acción-ilusión con Fernando Sansegundo. Dos maestros, Álvarez y Sansegundo. Confiesa Javier de Dios, a poco que le aprietes, que pensó el cometido de Blas para Fernando. ¡Qué actor!
La peripecia es amplia, pero llevadera y libre de la sobrecarga del libreto original. La fórmula de Javier de Dios es un hallazgo, incluso diríamos que magistral, pero comprendemos que no se puede generalizar, en adelante, como solución para las zarzuelas de bella música y dramaturgia insostenible. Es cierto que si hay algo que envejece es lo que se atiene a las vigencias (efímeras) de cada época. Desde el insoportable regionalismo de ciertas zarzuelas o de autores como Linares Rivas y tantos otros de por entonces, hasta la pretendida vanguardia epigonal de los sesenta y los setenta. Trate usted los temas de su tiempo, colega, no le digo que no. Pero no caiga en los lugares comunes, las trampas cotidianas y las autocomplacencias de su tiempo, porque no le hace usted ningún favor a su tiempo ni se lo hace a usted ¿Estamos?
Perdonen que me ponga “castizo” a la antigua, casi me caigo del lado de Arniches. Por cierto, advertirán ustedes que a Arniches no hay que corregirle mucho como libretista (sobre todo, de género chico), si acaso alguna desageración del habla popular que inventó para que muchos madrileños lo imitaran. Y es que Don enrique sí era un dramaturgo.
En fin, Javier de Dios ha conseguido traer dramáticamente la lírica de La marchenera (y de La dogaresa, claro) mediante un procedimiento tan efectivo como irrepetible; no repitan ustedes el truco de Blas y Serafín, porque ya lo hecho Javier, y lo ha hecho muy bien. Además, probablemente no podrían contar con actores como Fernando Sansegundo, que ya quisiéramos muchos.
Lo que se refiere a voces y orquesta, ya dijimos: en el número de Scherzo de julio y en la pluma de don Manuel.