Isabelle Faust y François-Xavier Roth, Schumann de ayer y hoy
El director de orquesta francés François-Xavier Roth (Neuilly-sur-Seine, 49 años) cambió la propina final por un breve discurso, anoche en el Festival de Granada. Lo hizo para agradecer el coraje de esta histórica cita musical, que ha seguido adelante a pesar de dos veranos de pandemia. Pero también para reivindicar la sólida tradición del Gürzenich-Orchester Köln que dirige como Generalmusikdirektor, desde 2015. “Con esta orquesta han trabajado los grandes compositores, como Mahler y Brahms”, afirmó. Se refería al estreno absoluto de la Quinta sinfonía, que dirigió el propio Mahler a esta orquesta, en octubre de 1904. Y también al concierto, de 1886, en que Brahms dirigió su Cuarta sinfonía y tocó como solista su Primer concierto para piano.
Roth también aludió a la música contemporánea, que abrió el programa anoche en Granada. Y del compositor alemán York Höller (Leverkusen, 77 años) dijo que es “el Schumann de nuestro tiempo”. Su Entrée für Blechbläser, un encargo de la orquesta dentro del programa “Fanfarrias para un nuevo comienzo”, ubicó a los músicos de viento metal en el piso alto del patio del Palacio de Carlos V. Una disposición, entre cada una de las columnas jónicas, que representa el distanciamiento social de la pandemia. Pero la alusión iba más allá en la breve composición de este discípulo de Bernd Alois Zimmermann, Pierre Boulez y Karlheinz Stockhausen, que es autor de la ópera Der Meister und Margarita basado en la novela de Bulgákov. Y, poco a poco, los choques y disonancias del conjunto de viento metal se conjugaban en breves interpolaciones de la Canzona per dieci voci, de Giovanni Gabrieli, un compositor cuya vida también estuvo marcada por otra epidemia: la peste que asoló Venecia, en 1575.
El resto del programa estuvo centrado en Robert Schumann (1810-1856), con el Concierto para violín y su Segunda sinfonía. “Schumann no vivió en Colonia, aunque tampoco residió muy lejos. Y su música es la música de nuestra región [Renania] presidida por el Rin”, recordó Roth, que está inmerso en la primera integral de sus sinfonías en disco de esta orquesta casi bicentenaria. Ya en el primer lanzamiento, que Myrios Classics publicó el verano pasado, se subrayó el único vínculo del compositor con Colonia, pues Gürzenich recuperó, en 1889, la versión original de la Cuarta sinfonía, por iniciativa de Brahms.
El Concierto para violín en re menor WoO 1 fue la última composición sinfónica de Schumann que redactó, en 1853, y durante los meses previos a su colapso mental. Una obra que su esposa Clara atribuyó a su demencia y que el violinista Joseph Joachim rechazó antes de legar el manuscrito al juicio de la posteridad. La historia de esta obra, tantas veces novelada, reviste casi más interés que sus pentagramas. Con esas dos sobrinas-nietas de Joachim que recobraron el manuscrito, en 1933, tras una sesión de ouija, la disputa por el estreno que ganaron los nazis, en 1937, para convertirlo en el sustituto del concierto violinístico del judío Mendelssohn, tras una revisión de Hindemith, etc. Pero la obra refleja la pasión de Schumann por Bach, ya desde la primera entrada solista, que recuerda su famosa Chacona. Y esa idea fue central en la versión que escuchamos anoche de la gran violinista alemana Isabelle Faust (Esslingen am Neckar, 49 años).
Faust reprodujo con absoluta precisión cada detalle de la agógica, la dinámica y la articulación que leemos en la nueva edición de la obra, publicada por Christian Rudolf Riedel, en 2009, en Breitkopf & Härtel. Una versión que también elevó los pasajes más melódicos, como el lírico segundo tema del primer movimiento. Y que Roth supo envolver con imponentes tutti, pero también con maestría y tensión, en los momentos más sombríos de la obra, donde la solista hizo verdadera música de cámara con la orquesta. El Langsam central fue una mezcla de intimismo y precisión. La violinista alemana exploró todas las posibilidades de la partitura, tanto las melódicas como las danzables que apunta Schumann, con esas barrocas cascadas descendentes con staccato que culminan en un trino.
Pero el problema fue la polonesa final donde la indicación metronómica que anotó el compositor en su autógrafo (negra=63) es extremadamente lenta y pesante. Faust y Roth la respetaron con precisión, pero con ello contribuyeron a subrayar la demencia de Schumann. Hay muchos violinistas que han optado por un tempo algo más rápido en este movimiento, como Thomas Zehetmair, que sigue siendo uno de los mejores y más interesantes interpretes de este problemático concierto. En todo caso, la opción “neobarroca” de Faust tampoco carece de interés. Y, de hecho, la subrayó con una bella propina del siglo XVII, de Nicola Matteis: Passaggio roto, de su segundo libro de Ayres para violín.
La Segunda sinfonía fue lo mejor del concierto. Una obra que tuvo mejores críticas que aceptación pública, tras su estreno en Leipzig, en 1846, con Mendelssohn sobre el podio. Llegó a ser vista como un modelo de sinfonía, por Ernst Gottschald, en el Neue Zeitschrift für Musik, por su combinación de maestría técnica en el Sostenuto assai inicial, el humor del Scherzo, el pathos del Adagio espressivo y lo sublime del Allegro moto vivace final. Roth tomó buena nota de todo ello para ofrecer una versión intensa y arriesgada. Le costó, eso sí, encontrar el equilibro entre metales y cuerda, en la introducción del primer movimiento, con esa alusión a la Sinfonía “Londres”, de Haydn. En el Scherzo aceptó la rapidísima indicación metronómica de Schumann y, a pesar de algunos desajustes, fue capaz de engarzar admirablemente los dos tríos, y resolver el movimiento con esa espectacular coda que es un moto perpetuo.
No obstante, lo mejor de la noche llegó en el bellísimo Adagio espressivo, donde Schumann parece partir del Erbarme dich, de la Pasión según San Mateo, de Bach. Roth supo construir el camino hacia el pathos, en el desarrollo, pero también pararse a reflexionar, antes de la recapitulación, con ese pasaje donde Schumann cita la famosa escena de los hombres armados, del segundo acto de La flauta mágica, de Mozart. En el Allegro molto vivace también Roth resaltó las maravillas intertextuales de esta partitura, al separar con claridad los momentos donde Schumann cita una melodía del ciclo A la amada lejana, de Beethoven, en un discurrir triunfal de do menor a do mayor. Y que hoy anhelamos no sólo como final de una sinfonía.
(Fotos: Fermín Rodríguez)