Herr Ludwig y Don Gioachino
Quiere la convención que Beethoven y Rossini sean músicos diametralmente opuestos. El patético y grave sordo de Bonn, el pimpante y jocundo cisne de Pesaro. Cierta vez, conversando con un estudioso rossiniano como Alberto Zedda, le consulté y me confirmó un paralelo entre las orquestas de ambos músicos: son la misma, a despecho de una tradición germánica que oye en Beethoven al monumento posromántico.
Pero hay más coincidencias y no menos importantes. Su relación con la tonalidad, por ejemplo, netamente clásica. Hay
que advertir al escuchante en qué tono va a discurrir lo que sigue, es la primera noticia que, didácticamente si se quiere, los dos transmiten.
Beethoven anuncia al romanticismo. ¿Y Rossini? ¿No lo hace ya en La donna del lago, no es, junto al Cazador furtivo de Weber, un cofundador de la ópera romántica en Guilermo Tell? ¿No es expresionistamente romántica la segunda mitad de Zelmira?
Habitualmente se considera a Don Gioachino un compositor conservador, erigido sobre huellas mozartianas y restaurador del canto florido barroco. Herr Ludwig, en cambio, en su último periodo, puso patas arriba la sonata y el cuarteto. Nos olvidamos de anotar obras inclasificables de Rossini como el Stabat Mater y la Pequeña Misa Solemne. Nada digamos de sus “pecadillos de vejez” que anuncian a Offenbach, Chabrier y Satie, por no mencionar a Poulenc o al decisivo Carnaval de los animales de Saint-Saëns.
Beethoven aprobaba las obras cómicas de Rossini, no las serias. Acaso no advirtió – en esto, sí, muy poco romántico – el sesgo tragicómico de muchas de ellas. Pasados los siglos, aquello que el tópico separó de modo tajante, la reflexión histórica lo repara y así el Gran Sordo escucha con atención el canto del Gran Cisne.
Blas Matamoro