Haceria Jazz Club: el único club de jazz a este lado de los Pirineos
El Sindicato Músicos de Jazz de Nueva York ha encendido la luz de alarma. Hace unos meses, con Ron Carter y Joe Lovano a la cabeza, sus miembros han salido a la calle para manifestarse y reclamar un mejor trato por parte de los clubes de jazz, cuyos responsables, según cuentan, les ningunean los honorarios y sus prestaciones sociales. Está claro que vivimos en un mundo cultural a la deriva, donde el vil metal se ha impuesto en el día a día como desde hace décadas viene imponiéndose en el parqué de La Bolsa. Aquí en nuestro país la situación es, en la mayoría de los casos, similar o peor, motivando que muchos de nuestros jazzistas hayan puesto en marcha iniciativas como las de promover conciertos en sus propias casas. El contrabajista Baldo Martínez o el baterista Carlos “Sir Charles” González son algunos de estos héroes, que han decidido hacer la guerra por su cuenta, en su propio terreno, porque afuera la victoria es imposible y… no tiene sentido.
Sería ridículo obviar la necesidad de establecer un buen tejido industrial-profesional del jazz y aquí los clubes adquieren una importancia capital. En este sentido, está claro que los clubes son negocios para ganar dinero sí, eso es evidente, pero también habría que reclamarles cierto espíritu jazzístico que se está perdiendo a pasos agigantados. Las exiguas condiciones económicas son una circunstancia más dentro de ese declive al que aludimos. Pero hablamos de jazz y, por tanto, hablamos de otras cosas muchas más. Jorge Pardo, flamante ganador del premio al Mejor Músico Europeo en 2012 según la Academia de Jazz de Francia nos lo acaba de decir: “el jazz siempre está en estado crítico, inestable”. El saxofonista y flautista madrileño lo afirma con sentido realista, más que pesimista, y desde luego no impide que se activen determinadas fórmulas para que este género no pierda esencias en el mayor de sus hogares: los clubes. Sus dueños y responsables tienen responsabilidad en este asunto, queda claro, pero también la administración, que les pone zancadillas cada noche. El de los clubes es un tema de capital y estratégica importancia y sería bueno que todos los actores pudieran sacar adelante soluciones para que estos espacios recuperen el protagonismo que merecen: ventajas fiscales, flexibilidad en ciertas normativas municipales, apoyo institucional, etc.
La situación es triste y grave. Pero hay esperanza. Existe un espacio cultural en Bilbao, en el barrio de La Ribera de Deusto y Zorrotzaurre, en donde el jazz descubre todas las esencias que aporta un club de jazz. Se llama Haceria (www.haceria.com) y cada viernes interrumpe su programación cultural para abrir sus puertas a la grandeza de esta música en estado puro. Lo que allí se ofrece son jam sessions a la antigua usanza, protagonizadas por jazzistas de la capital vizcaína y todos aquellos que quieran batirse el cobre sin guión previo. El blues se lanza al aire y todo el que quiere lo recoge, para formarse y crecer musicalmente, para retarse con el otro, para descargar su talento, para ¡simplemente divertirse! Regentado por una asociación sin ánimo de lucro, cuesta 1 euro el asociarse y la entrada 5. Sí, sí, han leído bien, 5 euros. ¿En qué club se ha visto tanto amor al jazz, que se “regala”?
Algunos malpensados estarán preguntándose por el nivel de músicos convocados. La cuestión, de partida, está mal planteada, porque queda claro que en la Haceria Jazz Club no importan los nombres ni las etiquetas, ni mucho menos los pasaportes estilísticos. Pero para ellos van algunos de los jazzistas que han desfilado recientemente, y que luego se les ve en otros escenarios del país más relumbrones: los saxofonistas Iñaki Rodríguez, Víctor de Diego y la incombustible Elsa Lizundia, el contrabajista Iván San Miguel, el guitarrista Carlos Velasco, el baterista Hasier Oleaga… ¿Alguien da más por menos? Y queda claro, no nos referimos a los dineros, sino al magnífico ambiente jazzístico que se respira en la Haceria Jazz Club, el único lugar del mundo -para quien el que arriba firma donde los músicos se citan y se buscan, como en los primeros clubes de la historia del jazz.
Tan gratificante experiencia debería dar que pensar a algunos de los regentes de los clubes de jazz españoles, porque si lo que les preocupa es la caja, que descuiden, que todas las sesiones se llenan hasta la bandera. ¿Por qué, por el precio? No, señores, no, sencillamente porque allí el jazz se vive con el corazón y las tripas, no con el bolsillo y la calculadora. Pero de momento habrá que esperar: La Haceria es sin duda el club de jazz más genuino a este lado de los Pirineos. El único, vaya.