Glamour para Perséfone. 2: Ida Rubinstein

Hemos visto en el Real una Perséfone con el glamour de Dominique Blanc, y le dedicábamos una de estas bitácoras hace unos días. Pero hay otras damas del glamour artístico antes de Dominique. La Perséfone de Stravinski tiene su origen en un encargo de Ida Rubinstein. Sin ella, no se hubiera compuesto, por mucho que existiera desde hacía tiempo un poema dramático llamado así y escrito por André Gide. Esa obra extraña, composite, como dicen los franceses cuando se refieren a algo heteróclito,  formado por piezas que tienen que ver poco entre sí, la encargó Ida Rubinstein cuando ya tenía una edad poco adecuada para danzar, de manera que pidió que se le escribiera el papel de la protagonista como diseuse, como actriz, como recitadora. No era la primera vez que Ida inspiraba una obra de difícil clasificación. Ya lo había hecho antes de la primera guerra al encargar El martirio de San Sebastián, con poema de D’Annunzio y música nada menos que de Claude Debussy. Fue ella también la que encargó el Bolero de Ravel y lo estrenó. Y ella la que, antes de todo esto, danzó la Salomé de Fokin, como ahora veremos.

No vamos a entrar en su vida: rusa y judía, nacida en 1885, de educación tardía en la danza, se incorporó a los Ballets Rusos en sus inicios e intervino en sus primeros espectáculos: en Schehérazade, con Nijinski, por ejemplo, en coreografía de Mijail Fokin. O en Cleopatra. Pero justo antes ya había dado una campanada al encarnar la Salomé de Wilde (no la de Strauss) y terminar desnuda la danza de los siete velos. Le gustaba provocar, abrir caminos a la libertad; no está reñido exhibirse con saberse, ni con enseñar a los demás que hay vías que deberían estar abiertas a quien quisiera aventurarse por ellas. Qué lejos de su compatriota Chaikovski, que pocos años antes había muerto presa del odio hacia sí mismo, a su homosexualidad. Ida mostraba su bisexualidad en un punto de Europa en el que eso era posible. No fácil, pero sí posible. Rusia dio muchos vanguardistas… para la exportación. En fin, después de los Ballets Rusos, Ida voló sola, muy pronto, y surgieron iniciativas como la de San Sebastián.

Les propongo la siguiente galería de Ida.

En primer lugar, arriba, la belleza de la mujer, actriz, bailarina, artista que encarga Perséfone en 1933. Ya no es joven, pero qué rostro, Dios mío.

A continuación, el cuadro de Serov que evoca aquella Salomé.

Esa delgadez y estilización son objeto de caricatura en el dibujo en que la vemos bailando con D’Annunzio en los tiempos de San Sebastián.

Precisamente, la vemos con casco y armadura, en el papel del santo asaeteado: el Obispo de París condenó aquella sebastianada por amoral; además, decía cargado de razón, la dama que encarna el santo ¡es judía!: el ancien régime, vencido y aplastado tras el caso Dreyfus, no se resignaba, pero tendrá que esperar el apogeo efímero y envenenado de Vichy.

Les propongo también, en esta galería, una de las fotos y uno de los cuadros que inspiró a la pintora británica Romaine Brooks.Si San Sebastián es hoy día un icono gay, Romaine Brooks, nacida en 1874, es legítimamente uno de los orgullos del panteón lésbico. Yo diría que hay que estar realmente enamorada de Ida para hacerle esa foto, pintarle ese lienzo (le pintó otros, no crean que se quedó ahí).

Pero Ida era maravillosa, y por eso inspiró a tantos, y ahí está el tan reproducido retrato obra de Antonio de la Gándara, con que cerramos la galería. Podríamos acudir a otras imágenes, se conservan muchas. Naveguen y verán. Es el glamour de Ida Rubinstein, la bailarina, la empresaria, la artista. Murió en 1960, por unos días no llegó a cumplir setenta y cinco. Fue la primera Perséfone.

Santiago Martín Bermúdez

Santiago Martín Bermúdez (Madrid, Lavapiés, 1947) es uno de los nueve fundadores de SCHERZO. Dramaturgo, narrador, conferenciante y ensayista musical. Autor de piezas teatrales, libretos de ópera y zarzuela, narraciones y ensayos. Premio nacional de literatura dramática en 2006.

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