Entonémonos
Los públicos de la música siguen prefiriendo la herencia del pasado a la música llamada, bien que mal, contemporánea. Dicho del revés para entenderlo mejor: consideran más contemporáneo a Bach que a Philip Glass.
Hay muchas explicaciones al fenómeno, entre ellas la poco afortunada de Ortega y Gasset: el arte se ha deshumanizado al renunciar a reflejar los sentimientos del hombre corriente y vulgar y dedicarse a recoger la sensibilidad de una exquisita minoría de artistas. Decir que la sinfonía Pastoral de Beethoven espejea la emoción de un tosco labrador al pasear por el campo es tan peregrino como creer que ese simpático labrantín es capaz de escribir la sinfonía Pastoral.
Hay otra lectura del fenómeno. Llevamos siglos identificando la música con ciertos sistemas armónicos, modales y tonales. Dejando de lado la cuestión de si se puede hacer música con ruidos y sonidos indeterminados, quedándonos en la música que no baja del semitono, el melómano actual sufre con las partituras atonales, que rompen, en cierta medida, con la cadencia, sea modal o tonal. Pero, cuidado: no rompen con otros elementos esenciales de la historia musical: el sonido templado, la escritura melográfica y el instrumentario clásico.
Me arriesgo a otra respuesta. Los melómanos de hoy – me incluyo entre ellos, con alguna reserva que enseguida explico – escuchamos la música atonal con expectativas tonales y, por eso, nos desazona, nos produce ansiedades que no se resuelven. Tanto mejor, dirán algunos. Así se sufre la angustia contemporánea. Otros retrucarán: déjame de angustias, bastante tengo con la hipoteca y el colegio de los niños, quiero escuchar una música ansiolítica, no una ansiógena. Que se angustie Schönberg y se trate con Freud, que para eso son vecinos.
Personalmente, y esta es mi reserva y no mi consejo, me ocurre que, especialmente al percibir las obras de Alban Berg, me complazco en hallarles las soluciones tonales. Escucho tonalmente sus acordes y les pongo cadencias a sus esbozos melódicos, de manera que los puedo cantar bajo la ducha o bajo la lluvia, como Gene Kelly. Moraleja: ante el atonalismo nos podemos entonar. Entonces: entonémonos. Nos hace falta en estos tiempos tan depresivos, con esta crisis que no parece tener cadencia final.