En honor de Oliver Sacks
Oliver Sacks ha anunciado la faz terminal de su enfermedad y su próxima muerte. Ha construido una de las decisiones más fuertes de la vida, apoderarse de su final. Lo ha hecho con la suprema elegancia espiritual que siempre lo ha caracterizado. Habrá un momento en que dejará de estar con nosotros. En su lugar, el que se ha ganado con su obra, con una vida consagrada a su obra, seguiremos estando con él. Se lo prometemos porque se lo debemos.
No sé apenas nada de neurología, de su ciencia. Sé algo más de música, otra de sus constantes inquietudes. En su examen del cerebro, uno de los más importantes compañeros de la vida humana, en sus búsquedas a través de tan compleja tesitura, de la que todavía poco podemos saber, siempre se ocupó de hallar la música. La encontró por todas las partes cerebrales exploradas. La música no tiene una localización parcial, sectorial, en el cerebro. Se da en todas sus pertenencias. De la lectura de Sacks hecha por un lego como yo, se desprende que tenemos un cerebro musical. Armonioso en sus consonancias y sus disonancias, como la vida misma. Y siempre enrodado y enredado por elementos musicales. Esta ronda y esta rueda tienen en Sacks un nombre, la mente, elemento imponderable y activo que surge del cerebro y labora en él. Es, acaso, una clave de la productividad humana, algo que puede ser misterioso o, al menos, enigmático, ante el cual el científico se detiene, atónito y expectante. Lo que puede saber, lo sabe. Lo que no puede saber, lo deja para tiempos mejores, en un devenir que también corresponde a la vida de nuestra especie.
La música produce signos que son intraducibles y, al tiempo, están henchidos de sentido. El lenguaje verbal, que también atañe a distintas orografías cerebrales, emite signos que sí son traducibles y de los cuales la ciencia se vale. Sacks ha sabido desgranarlos ante diversos tipos de lectores, especializados y profanos, haciendo de la ciencia no meramente una ocupación de los científicos sino lo que radicalmente ella es, un haber universal. Actuó como un músico, que también es un especialista en universalidades.
La música sacksiana es una suerte de memoria perenne de los hombres. Acaso, la memoria misma del universo. Por eso nos resulta inmediata, actual, presente, por más siglos que nos distancien de sus compositores. Es un presente continuo donde Bach y Stravinski, Beethoven y Berg, comparten nuestras horas, nuestros días, nuestros años. En ellos sigue y seguirá habitando nuestro hermano armonioso, Oliver Sacks.