En el silencio de la crisis
Como no podría ser menos, la crisis ha golpeado también a la vida musical. Cabe decir que está proponiendo solfear en silencio. No lo conseguirá y la historia muestra que el arte sonoro siguió resonando aun en momentos peores que éste. La Peste Negra, en el siglo XIV, coincide con la renovación musical que precede al Renacimiento. Haydn componía con fondo de cañonazos napoleónicos (Beethoven no los percibía porque era sordo como una tapia). Shostakovich redactó sinfonías en medio del asedio nazi a la entonces Leningrado. Hasta en los campos de exterminio se compuso música.
Sin ponernos tan patéticos conviene, sin embargo, ver qué nos pasa en España. Somos un país que ha desarrollado una infraestructura musical importante en apenas tres décadas. Festivales, orquestas, ciclos de cámara y de música sacra, auditorios y teatros han proliferado, a veces con sensatez y otras, con atolondramiento de nuevos ricos. Ahora que somos nuevos pobres hemos de rediseñar nuestra vida melómana.
La música no sólo es un placer y una información cultural. Es una manera de socializarnos por medio del arte, de reconocernos y comunicarnos. La gente que va a conciertos y óperas forma núcleos humanos, teje relaciones, intercambia juicios. En pocas palabras: construye un gusto y lo comparte. Si se ciegan las fuentes de reunión porque hay que ajustar cuentas, se pierden esos espacios sociales y la música pasa a ser un pasatiempo privado, lo cual no está mal pero no deja de ser una pérdida. Cerrar museos, deshabitar bibliotecas, vaciar salas de cine y teatro es volvernos menos sociables. Si esto se prolonga habremos perdido una parte importante de nuestra capacidad convivencial. Seremos otra sociedad, más desperdigada, menos sociable, si cabe la redundancia. Y ahora, como en las partituras cuando llegan las barras de conclusión: silencio.