En defensa de la ópera
Hay varios argumentos que se esgrimen cada vez que se trata de cuestionar la existencia de la ópera:
1: Que es anacrónica pues para llenar de voces una gran sala no hace falta impostar sino que basta con la megafonía.
2: Que es igualmente anacrónica pues ya no se escriben auténticas óperas y, además, el género sólo cubre tres siglos de la historia musical: el XVII, el XVIII y el XIX.
3: Que sus argumentos son ridículos, disparatados y propios de sociedades que no son la nuestra.
4: Que hoy ni el teatro ni el cine se expresan dando gritos como hacen los personajes operísticos.
Propongo contestar:
1: No son igualmente sonoros la voz en vivo y en directo que la reproducida eléctricamente. La cualidad fónica de la voz, reproyectada en una sala convenientemente acústica, es incomparablemente más bella, desde el punto de vista musical, que cualquier proyección megafónica.
2: Hoy se escriben óperas que resultan tan aceptables o deplorables como en cualquier tiempo. El género teatral más popular en el mundo es la comedia musical, versión contemporánea de la ópera.
3: Una ópera no es su argumento, ni siquiera su libreto, porque no está escrito para ser hablado sino cantado. Lo que le ocurre al personaje es lo que le ocurre a su canto, superpuesto a su letra pero fenómeno esencialmente musical.
4: Sí, el teatro musical se expresa dando gritos, como dije antes. Y lo mismo pasa en el cine musical. Pero eso de expresarse dando gritos es propio de los personajes de las óperas que, aunque representen nuestras pasiones y fantasías, aficiones y alergias, amores y odios, no con como nosotros, justamente, porque viven cantando y dando voces sobre auténticos colchones de sonido orquestal. Para entrar en su mundo hay que aceptar esta convención, según ocurre con cualquier otro arte. Un dios barroco se sienta tan cómodo y tranquilo sobre una nube y nadie lo cuestiona recitando la ley de la gravedad de Newton.
Desde luego, hay buenas y malas funciones de ópera y es más fácil hacer bien un monólogo en un teatro de cámara que una ópera con cientos de animales humanos tocando instrumentos, cantando y bailando durante dos horas. Pero, hecha a óptimo nivel en todos los sentidos, puede seguir siendo para unos cuantos, como quien suscribe, el Espectáculo de los espectáculos.