Empuñar la batuta
Es fama que Stravinski dijo alguna vez, oyendo doblar las campanas de San Pablo de Londres, que la mejor manera de dirigir una orquesta es imitar al campanero: tirar del badajo y que la campana suene sola. El que está a ras de tierra, en el piso de la torre, no se entera del resultado y éste, en objetiva libertad, será el óptimo. Refiere la anécdota Enrique Jordá en un libro sólido, inteligente y ameno, cuya lectura recomiendo: El director de orquesta ante la partitura.
Quizá la figura stravinskiana sea abusiva. Realmente, el campanero puede tirar de la cuerda con mayor o menor fuerza, repicar más veloz o lentamente, etcétera. Además, una orquesta tiene otros instrumentos que la mera percusión. Pero lo cierto es que algunos casos ilustres dan que pensar a nuestra perplejidad. Se sabe que Brahms y Debussy, por ejemplo, oyendo una sinfonía o el cuarteto de su cantera, se quedaron sorprendidos por la novedad. ¿Es esto lo que yo escribí? La respuesta fue afirmativa. Es decir: la objetividad de la obra se superpone a la memoria subjetiva del autor. Dicho de otra manera: la música sabe de sí misma más que el músico.
La cuestión, entonces, no es decidir entre la subjetiva autoridad del compositor y la opaca objetividad de sus partituras. No podemos imitar a Wagner, que no dejaba interpretar sus obras sino a unos directores que obedecieran personalmente sus instrucciones o, mejor aún, contratando al propio Wagner para ejecutar a Wagner. El director tiene un espacio entre las dos instancias. Lo dice más agudamente el propio Jordá: “El director no debe colocarse entre la obra y el público sino desde la obra al público.” El director es un sujeto entregado a la objetividad e identificado imaginariamente con la partitura para que ella exista sonoramente, más allá del papel pautado. Difícil y delicado equilibrio. ¿Cuántas veces nos ha parecido deficiente una interpretación orquestal que, desde el punto de vista de la concertación técnica, era inobjetable?
Al cumplir sus primeros setenta años, Richard Strauss declaró, con irónica y aparente ingenuidad: “La dirección de orquesta es algo muy difícil.” Quienes hemos alcanzado dicha edad y somos perfectamente incapaces de empuñar una batuta, lo sabemos.