Elogio del becuadro
Convenimos en que hay siete sonidos en la escala fundamental y que corresponde llamarlos naturales. A su vez, cada uno de ellos se puede alterar, o sea convertirse en otro, medio tono arriba o abajo, pero sin perder el nombre, más o menos lo mismo que nos ocurre a lo largo de la vida. Así tenemos, por ejemplo, el la natural, el la sostenido, que está medio tono por arriba, y el la bemol, lo mismo por abajo.
A estas alteraciones se les han adjudicado diversas simbologías. La más llamativa, en mi opinión, es la sexual. El sostenido es masculino, fálico, propende a ascender, a erigirse. El bemol, como su nombre indica (mol, molle, muelle), se envisca, es blando y femenino, va hacia abajo, hacia la hondura telúrica. Los simbolistas y los decadentes fueron capaces, por ejemplo, de metaforizar estas cosas: “El claro de luna bemoliza el paisaje”, queriendo significar, tal vez, que la luz lunar, con sus líneas de tiza, “ablanda” los contornos de las cosas.
Pero volvamos a las notas naturales. ¿Naturales? ¿Por qué? ¿Hay algo de natural en el arte o en él todo es artificioso, como indica su propio nombre? En la naturaleza hay sonidos que pueden identificarse como musicales por su altura. Un zorzal, escuchado por alguien enterado, hace cadencias tonales. Un canario, trinos de una limpieza semitónica que ya se quisiera más de una soprano de coloratura. El detalle es que no lo saben. Ya Coleridge nos dijo que muchos animales cantan pero sólo el ser humano sabe que canta.
Entonces llegó el becuadro, que es la alteración que borra a las demás alteraciones y, aparentemente, devuelve la naturalidad a la nota alterada. Es la alteración de la alteración, la que niega la negación y se convierte en afirmación. O, acaso, sea lo contrario, el artificio al cuadrado, el artificio del artificio, el colmo del arte que es, oh inefable Pero Grullo, fingit la verdad, lograr que el artificio parezca natural, ser la alteración que nos devuelve a la mismidad, al ensimismamiento, donde ya no nos endurece el sostenido ni nos ablanda el bemol, donde nada es duro ni blando sino ¿qué es? Pues eso, lo más natural del mundo. Como aconseja don Jacinto Benavente: “Hablando al natural se entiende la gente.” Eso sí: nada más.