El violinista de Hitler
Dice Walter Benjamin que el fascismo es la estetización de la política como el estalinismo es la politización de la estética. Hitler, por ejemplo, vivió rodeado de arte y artistas. Él mismo era un pintor de postales y un proyectista de ciudades. Lo comprometió a Albert Speer, un exquisito vanguardista, a diseñar urbes monumentales de evocación clásica. Tanto consiguió del buen arquitecto que éste, al ver las sinagogas incendiadas, no se dio cuenta de que se había desatado una persecución contra los judíos. Himmler, conciliando ambos extremos, revisó los planos de los campos de exterminación.
Pero hay más. Goebbels escribió una novela. Göring fue un coleccionista de arte cuyo ardor estético lo llevó hasta la depredación. Y, para lo que hace a este blog, Reinhard Heydrich tocaba el violín, al parecer bastante bien. Era hijo de Bruno, músico y director de un conservatorio en la ciudad de Halle, la patria de Haendel.
Feroz represor, un comando miliciano checo lo mató en 1942. Antes, en una noche de borrachera, la emprendió a tiros con el espejo donde se estaba mirando. ¿Suicidio simbólico? ¿A cuál Heydrich quería aniquilar Heydrich? Vamos a las hipótesis.
Siempre se sospechó y se dijo que tenía ancestros judíos (lo mismo se sigue murmurando de una abuelo de Hitler). Don Bruno, a su vez, tenía todo el aspecto tópico del judío que imaginan los antisemitas, tanto que su apodo lugareño era Süss, nombre que se da, de modo despectivo, al judío alemán. Para colmo, sabía imitar perfectamente el acento yiddisch. De joven, su hijo Reinhard tuvo gran amistad con una familia hebrea de apellido Levine y luego salvó de la matanza a Kurt Levine, parte de ella.
¿Mató a tiros el jerarca nazi al judío callado que llevaba dentro? ¿Lo sacó en plan sublime en el canto del violín, que tocaba ante sus amigos Levine? ¿No le impidió la música ser un genocida? Si contestara por mi cuenta, esto no sería un blog.
Blas Matamoro