El variable Beethoven
Cierta vez preguntaron al compositor Carlos Guastavino qué pensaba sobre Beethoven. El respondió: “¿Beethoven? Bah, puras escalas.” Alguien comentó: “Ya puestos, se podría haber acordado de Mozart que, ese sí, escalaba y escalaba.” No estuvo solo el músico argentino en su juicio. Stravinski, por ejemplo, consideraba a Beethoven pobre en inspiración melódica y, por ponerle una cercanía, mencionaba el modelo opuesto: Bellini. Hay que decir que el ruso tampoco se veía a sí mismo como rico en la materia. Paseando junto con Falla por Madrid, ambos se detuvieron a escuchar a un organillero que molía el pasodoble Suspiros de España. Es fama que Stravinski dijo: “¿Te imaginas, Manuel, lo que habríamos hecho nosotros si se nos hubiera ocurrido semejante melodía?” Por mi parte, no creo a Guastavino devoto de pasodobles. Más bien lo veo admirando, en pleno siglo XX, a melodistas como Sibelius, Turina o Rachmaninov, inscritos en la tradición de los amplios cantables, de Gluck a Saint-Saëns y Massenet.
Tampoco olvido algunas maravillosas melodías beethovenianas como el allegretto de la Séptima Sinfonía o el primer motivo de la obertura Egmont o el rondó de la Sonata “Patética”. Entiendo, por otra parte, la defensa militante del melodismo, propia del segundo Stravinski. Quizá –no lo niego– el Gran Sordo tuviera menos fluencia cantable que Rossini o Verdi. Pero hay que observar, asimismo, que a su sistema no le hace falta semejante componente, esencial en la ópera italiana del siglo XIX. Más aún: Beethoven es un maestro en diseñar una estética donde la búsqueda de la solución melódica sin salida clara es una forma peculiar. Baste recorrer sus últimas sonatas y sus últimos cuartetos. Y nada digamos de sus variaciones o, simplemente, sus variantes.
Habría que reformular la idea de lo melódico a la vista de la obra beethoveniana. Me explico: toda melodía es otra melodía y, por ello, ésta es otra, de manera que el discurso musical podría estructurarse como una serie infinita de comentarios melódicos, incluso en la hipótesis de que la melodía original no se conociera y se revelara en cualquier momento. Las variaciones hacen al tema porque son el tema. Una melodía no es la búsuqeda de una cadencia sino una cascada interminable de cadencias, una enorme caída que, como es fácil imaginar, diseña una inagotable profundidad. No sigo porque advierto próximo el tópico: qué profundo es Beethoven.