El terrible cantor
Cuenta Isabel de Madariaga en su documentadísima y fluida biografía de Iván el Terrible que, acaso ya alcanzado por una incipiente locura, el zar había trasladado su corte particular fuera de Moscú, a Aleksandrovskaia Sloboda. Todos recordamos la idealizada secuencia que narra este desplazamiento en la película de Eisenstein con música de Prokofiev.
Iván organizó el cotarro a la manera de un convento, del cual era el abad y un par de nobles, el despensero y el sacristán. Todo el mundo vestía sucintos hábitos monjiles, se despertaba a las cuatro de la mañana y observaba una rígida disposición horaria durante la jornada. Mientras sus súbditos comían en el refectorio, el terrible monarca cantaba subido a una tarima, se supone, por lo que dejan traslucir las crónicas, que himnos de arrepentimiento, y sólo se sentaba a la mesa cuando los demás habían terminado de comer.
La lista de atrocidades que Iván cometió directamente o por interpósitos, es atroz y prefiero evitar siquiera un solo detalle. El apodo de Terrible se lo tiene más que merecido. Pero también cabe apuntar que el buen hombre era músico y se conocen hasta un par de himnos de su autoría. Fue durante su reinado cuando se instalo la escuela de canto y el coro estable en el patriarcado de Moscú. Además, hay que considerar que Rusia, tras la caída de Constantinopla en manos de los turcos, se erigió en baluarte cristiano ante Oriente y reforzó desde la corona esta circunstancia. La desaparición del imperio bizantino llevó a tierras rusas a muchos músicos griegos, que reformaron la escritura a la vez que aceptaron en sus composiciones la aparición de motivos folclóricos locales y vocabulario igualmente ruso.
¿Fue compatible en el siniestro personaje la más piadosa música con el más sádico ejercicio del despotismo? Habrá que afirmarlo. No se trata de una excepción, de un caso aislado. No hay civilización, por grande o pequeña que sea, que se libre de exhibir su faz de barbarie, una crueldad tan refinada como puede serlo un canto de alabanza a la bondad del Creador. Es difícil saber si la dulce música cantada por el terrible chantre moscovita era un lenitivo a su maldad o si ésta se escapaba entre las notas de un seráfico compositor de música sacra. El eco de ambas cosas, el arte sonoro ilustrando la cámara de torturas, sigue insistiendo a través de los siglos.
Blas Matamoro