El general y el músico
El general José de San Martín recibe en la Argentina los títulos de Libertador y Padre de la Patria. En rigor, sólo vivió en dicha patria unos cuatro años. El resto de sus días los pasó, sucesivamente, en España, Chile, Perú y Francia, donde transcurrieron más de dos décadas, las finales. Le tocó morir en Boulogne-sur-Mer en 1850.
San Martín poseía una casa con abundante verde, una hectárea, cercana a la de Alejandro Aguado, un financista andaluz que construyó una enorme fortuna y se mostró aficionado a las artes. Pruebas de ellos fueron sus colecciones de pintura y bibliofilia, su amistad con músicos y escritores, su intimidad con las bailarinas de los teatros de ópera. Entre sus clientes y amigos más ilustres figura Gioachino Rossini. Solía pasar temporadas en la casa campestre de Aguado, donde se organizaban tertulias que él amenizaba al piano con sus pimpantes Pecadillos de vejez. En dichas reuniones coincidieron el general y el compositor.
Hasta qué punto sostuvieron una amistad, es difícil saberlo. Rossini era extravertido, italiano, ocurrente y buen vividor. San Martín, por el contrario: austero como un antiguo hidalgo español, reservado hasta el misterio. Amaba la música y concurría a funciones de ópera con cierta frecuencia, a los palcos de Aguado y de Lord Howden, antiguo embajador inglés en Buenos Aires. Incluso llegó a tomar lecciones de guitarra con el gran Fernando Sor.
Cuando ambos se trataron, Rossini estaba componiendo la que unos cuantos consideramos su obra maestra y la culminación de su catálogo: el Stabat Mater. La tarea debió abrumarlo porque dejó la redacción, por mitades, a su alumno Tadolini. Y así se estrenó. Es fama y tal vez leyenda, pero en todo caso una pequeña historia verosímil, que comentó con San Martín su bloqueo personal. Y el viejo soldado, que había trepado los Andes y combatido en América, Europa y África, adoctrinó: “No estoy arrepentido de nada de lo que he hecho, pero sí de lo que dejé de hacer.” Parece que estas palabras tan castrenses convencieron a Rossini, quien acabó por su mano el Stabat Mater, tal como se ejecuta desde entonces. Si es una deuda histórica de don Gioachino a don José, es tema de ardua decisión. En cualquier caso, la decisión rossiniana fue tomada. Los dos personajes estaban al final de sus vidas, en la hora de resolver la gran respuesta al tiempo. Bonaparte decía que la guerra es un arte. ¿Hubo en San Martín un artista frustrado, acaso un músico? ¿Quiso ser Rossini en vez de San Martín? Estas son las verdaderas preguntas. Responda quien lea.