El extraño caso de Núria Espert
Queremos tanto a Núria. Esto es: los que consideramos el teatro como una expresión importante de una sociedad, para divertirse o para reflexionar, para inquietarse o para maravillarse. Núria empezó muy pronto, con Armando Moreno, y se jugó su dinero (escaso) y su futuro (era tan joven) para hacer un teatro de calidad frente a lo que solía hacerse en nuestros escenarios. Eran tiempos en los que el teatro, de todas maneras, tenía más prestigio que el cine. Vinieron tiempos en que el cine se llevó todo el prestigio, y ahora se debate como puede en medio de hostilidades a las que no es ajeno su propio comportamiento. En otra cinematografía menos cerrada y familiar, una actriz como Núria hubiera sido un icono, pero en España hay una línea casi infranqueable entre teatro y cine. En los actores, pero también en los que escriben para la pantalla. Son muchos, son demasiados para tan escasa ración.
Pero recuerdo a Núria en algunos papeles cinematográficos, y la magdalena del libro que motiva estas líneas me lleva a recuerdos de los años… no sé… los años sesenta, claro. Recuerdo a Núria en aquel papel de A las cinco de la tarde, de Bardem, película algo fallida basada en La cornada, de Alfonso Sastre. Núria era el personaje positivo, algo que le encantaba a Bardem, poner personajes positivos frente a la corrompida realidad del momento. Qué sencillas parecían las cosas entonces, qué difíciles parecía que nada cambiase.
Terra baixa, versión cinematográfica de la obra de Guimerà a cargo de Armando Moreno. Menos mal que está Alicia Moreno Espert por allí, le pregunto y me corrige: “no, quieres decir María Rosa”. Que también es de Guimerá, como La filla del mar y otras que merecían recordarse sin necesidad de coros y danzas del movimiento, sino porque es nuestro patrimonio. Gracias, Alicia, me sacaste del error.
Y puedo navegar en aquellos años sesenta, junto a la Gabriela de Bardem y junto a Maria Rosa. Y recuerdo, allá a mediados de la década, una producción de Armando con dirección de Ricard Salvat, La buena persona de Tse Suan, de Brecht. ¿Cómo se podía hacer teatro privado con un reparto así? En Madrid fue en el Teatro Reina Victoria, el mismo que acogió un par de años después, acaso menos, el doble espectáculo Sartre que dirigía Adolfo Marsillach, con Núria: La prostituta respetuosa y A puerta cerrada. Y, al terminar la década, creo que fue el bombazo de Las criadas, con Julieta Serrano y Mayrata O’Wisiedo, dirigida por uno de esos talentos teatrales con mucha más capacidad escénica que dialéctica, Victor García.
Así empezamos a admirar a Núria, en los sesenta, los que dejábamos de ser niños en esa década y nos la encontrábamos allí, en escena, ante proyectos audaces, una hermana mayor que nos decía: esto es teatro, muchachos, venid a verlo. Y que también dejaba un mensaje no explícito: si queréis hacer teatro, sed vuestros propios empresarios; como diría Clint Eastwood mucho más tarde: hazlo tú, prodúcelo tú, no confíes nunca en una institución. Entre Núria y Armando había una división del trabajo, como podía haberla, qué sé yo, entre Giorgio Strehler y Paolo Grassi en los tiempos del Piccolo. Y había algo muy importante: la ambición y la grandeza del proyecto, de cada proyecto y como parte del proyecto. Grandeza, no gravedad o pedantería. Grande es lo que no se resigna a ser pequeño, simplemente. Núria nunca se resignó. Y, de haberlo hecho, no le habría salido. Nos pueden gustar unos espectáculos de Núria más que otros, pero siempre tuvo esa grandeza, desde antes incluso de aquella cara casi infantil de la película de Bardem. Pongamos: desde la hoy mítica Gigi.
Recuerdo un día, cuando todavía era yo un adolescente, que coincidí con Núria y con Armando en una librería, la de San Martín, en la Puerta del Sol. Y pedíamos el mismo libro, que no estaba editado en España, El teatro y su doble, de Artaud. Se ve que habíamos leído el mismo número de la revista Primer Acto, dedicada al Teatro de la Crueldad. Y otra vez, a comienzos de los setenta, durante la representación en el Palacio de los Deportes de Madrid del Orlando Furioso de Ronconi, en el que chocabas con el público porque no parabas entre caballos, guerreros y correrías: choqué con una muchacha que me pareció una preciosidad… y era ella. Discúlpenme esta frivolidad. No la puedo olvidar, simplemente.
Ahora, con estos recuerdos, y sin haber tocado el libro todavía, creo que puedo enfrentarme a este volumen sobre la carrera de Núria escrito por Ana María Arias de Cossío, un trabajo que impone antes de leerse, por la enorme cantidad de documentación, por el interés que tiene para quien recuerda y, en especial, para quien no vivió aquellos principios. Estas páginas están calientes y nos esperan. Prometen, y parecen que dan mucho. Hay documentación gráfica en abundancia, porque el teatro es palabra y es algo que se ve. Estoy dispuesto a corregir mis recuerdos, que pueden ser traidores, o equívocos, como pude ver con Alicia. Y a compartirlos con otros desde la perfección de las investigaciones de Ana María Arias de Cossío.
El libro se incluye en una serie más amplia, que cuenta con solo tres años de edad, pero con más de una veintena de títulos, alrededor de las artes escénicas y otras artes. Es una colección de Ediciones Cumbres. Lógicamente, no está a la venta más que en determinadas librerías, las grandes o las especializadas: La Central, La Casa del Libro, FNAC, Yorik… Y que conste que esto no es publicidad, lo hace uno gratis. Por Núria (que, dicho sea de paso, no sabe quién soy).
Ana María Arias de Cossío: ARTE Y RETO EN LA ESCENA: LA OBRA DE NURIA ESPERT. Ediciones Cumbres, 2015.