El enigma de Norma
La belliniana Norma tiene sus enigmas. ¿Por qué cedió Wagner a esta obra un momento de admiración, admitiendo no ser capaz de semejante cosa? ¿Qué tesitura de soprano exige la protagonista, ya que la lista de sus intérpretes en el siglo XIX es tan heterogénea? En la primera mitad del Novecientos, el papel se acostumbraba adjudicar a sopranos dramáticas —Raisa, Cigna, Muzio, Caniglia— o a ese inclasificable fenómeno llamado Rosa Ponselle, de cuya interpretación apenas nos queda un par de fragmentos grabados. Entonces llegó Maria Callas, actriz de temperamento trágico y sutiles matices psicológicos, dueña de un ancho lirismo y una pimpante coloratura. Luego hubo brillantes prestaciones instrumentales como Caballé y Sutherland mas la cúspide callasiana continuó solitaria.
Asistiendo a la Norma de Sondra Radvanovsky en el Liceo barcelonés he tenido la sensación de encontrar una compañera al ilustre recuerdo de la gran María. De señorial apostura, con una voz extensa, de mordiente dramático y flexibilidad lírica, más las condignas agilidades que demanda el tremendo rol, la cantante americana delineó todos los cambiantes estados de su heroína. Fue la aristocrática sacerdotisa ofendida, la mujer humillada por la deslealtad de su amante, la feroz madre de arranque filicida, la madrina protectora de sus hijos, la mártir que se convierte en leyenda y hace de su hombre un héroe. Todo resultó envuelto y despachado en los sublimes arrebatos melódicos de Bellini, sin desmayo hasta la apoteosis final. En fin, Sondra estuvo inmensa y ganó los sucesivos y arduos desafíos de esta cimera partitura. Pude comprender, no sé si cómo la produjeron las divas de su tiempo, pero sí cómo imaginó el compositor que debía sonar su voz. Habemus divam.