El divorcio de Fígaro
Tenemos muy buenas referencias de la ópera Figaro lässt sich scheiden (Fígaro se divorcia), de Gieselher Klebe, estrenada en la Opera de Hamburgo en 1963. Pero no la conocemos, no la hemos visto ni oído. Nunca, ay. Esta ópera se estrenó hace casi cincuenta años, y nunca se grabó. Puede que haya por ahí alguna cinta de radio, pero no lo sabemos, y de momento no es más que una hipótesis que apenas nos sirve de consuelo. Klebe es un compositor sólido, y las referencias pueden ser de fiar, pero no podemos saberlo porque cada vez son más añejas y más fruto del recuerdo, y ya sabemos que, a menudo, la memoria se vale de la fantasía para fingirse lozana. De manera que lo que reclamamos muchos es una reposición y un registro inmediato de esta ópera de Klebe. Reclamamos: qué pretensión. ¿En nombre de qué lo reclamamos? En nombre de la justicia poética, porque sospechamos que se trata de una obra importante que, simplemente, ha desaparecido del panorama artístico porque no había micrófonos a mano cuando se estrenó allá por 1963.
El divorcio de Fígaro (1936), comedia dramática de Ödön von Horváth, es una continuación pesimista, muy del periodo final de entreguerras, de El casamiento de Fígaro, de Beaumarchais. Está publicada en español por Cátedra, en la colección Letras Universales, junto Historias de los bosques de Viena (edición de Miguel Ángel Vega, buen conocedor de las letras alemanas y de la Viena que ya no existe). Los dos títulos indican que se trata de arte que se refiere al arte. Pero Beaumarchais ya lo hacía consigo mismo: El casamiento continúa una comedia suya anterior, El barbero de Sevilla, optimista y chispeante, alianza de clases, lo contrario de lo que se pergeña en El casamiento, y cuyas consecuencias extrae von Horváth mejor que el propio Beaumarchais en la tercera entrega de la saga de Fígaro y Almaviva, La madre culpable. El nombre del austriaco Ödön von Horváth indica que nos encontramos ante alguien de abolengo húngaro. Esa Hungría que siempre se revolvió contra Austria, y que quedó reducida a menos de la mitad porque sus minorías se revolvieron también, y recibieron el apoyo y el aplauso de los Aliados. Ay, el nacionalismo: los dioses ciegan a quienes quieren perder. Queda esa herida abierta, que ahora vuelve a supurar, más de noventa años después del desdichado Tratado de Trianon. Nacido en 1901, Horváth vivió poco más después de su Fígaro. Murió por un estúpido accidente meteorológico en plenos Campos Elíseos, en 1938.
En la comedia de Horváth y en la ópera que Klebe deriva de ella, la revolución ha estallado y tanto los Almaviva como Fígaro y Susanna huyen al exilio, en un mundo de plena convulsión. Incluso Querubín cambia a mucho peor, una especie de rufián o jefe de sala de juegos. ¿Qué es peor? ¿La muerte de Querubín, de la que nos enteramos en La madre culpable, o esta transformación del apasionado muchacho en un tipejo así? El aria Non più andrai, de Le nozze di Figaro, de Mozart y Daponte, adquiere un tono de ironía trágica si sabemos que Cherubino morirá en el campo de batalla. Pero si nos consta que acabará montando un burdel… caramba.
Hemos dicho pesimista… Es probable que hoy el posible continuador de Beaumarchais fuera más pesimista aún. Sólo que justo después del estreno de la comedia de Horváth estalló la hecatombe. Ahora no se espera nada por el estilo, mientras que en 1938 se esperaba lo peor. Sólo que lo peor a menudo es peor que lo esperado.
Hemos visto en la Sala Triángulo de Madrid una estupenda versión de la comedia de Horváth. Sorprende una obra así en una sala normalmente dedicada a pequeños formatos. En versión, dirección y protagonismo de Alfonso Lara, El divorcio de Fígaro llevaba algún tiempo de gira y ahora continúa su exhibición por otras ciudades. Frente al sólido Fígaro de Lara, tenemos el espléndido Almaviva de Juan Antonio Molina. Inma Isla y Micaela Quesada completan el cuarteto de las familias con versatilidad,sentido de la comedia, capacidad dramático: todo. Un equipo de siete actores y actrices (estos cuatro y tres más) asume todo el reparto en una versión muy cuidada, una puesta en escena muy ágil e imaginativa, una solución sorprendente para una comedia de esta envergadura. Sin especiales elementos de escenografía ni de atrezo, la ilusión escénica que crean Lara y su equipo es lo bastante poderosa como para dar vida a esta obra tan compleja, y al mismo tiempo tan propia de Beaumarchais, aunque sea de Horváth. Lara le da el tono de comedia y de dramatismo sin especial pathos. Curiosamente, Beaumarchais cedió a una de las modas pasajeras de su tiempo en La madre culpable: la comédie larmoyante. Es como si hubiera renegado de sí mismo, del humor de las dos obras anteriores en virtud del pesimismo y acaso de las preferencias de un público que exigía ese tipo de emociones. Además, los tiempos habían cambiado. Por eso da la impresión de que la comedia de Horváth ha sido la verdadera continuadora del espíritu de El casamiento. Lara y su gente lo han resuelto muy bien, y acaso merecerían que el espectáculo lo acogiera un teatro más amplio para dar su verdadera dimensión. Mientras esperamos esto, también esperamos siquiera alguna cinta de radio, escondida hasta ahora, que nos traiga la ópera de Klebe Figaro lässt sich scheiden.