El cumplesiglos de Don Beppe
Hoy Giuseppe Verdi cumple doscientos años. En España el hecho es cumplidamente recordado. Baste señalar su recepción en los medios y el ciclo integral que Bilbao viene desarrollando hace tiempo. Pero tantas fechas tienen su historia. Verdi ha atravesado el periodo más turbulento de la música y ha salido vapuleado y reivindicado. El mayor de los compositores del Novecientos, Stravinski, se puso a estudiarlo y a elogiarlo cuando se dio a la ópera. Luego, musicólogos como Massimo Mila y René Leibowitz le dieron carta de naturaleza entre los mayores. Recuerdo haber leído Faut-il bruler Verdi? de este último en Les temps modernes, la revista de Sartre. Analizó la estricta y sabia armonización de Un ballo in maschera, nada menos. Atrás quedaron opiniones como la del dodecafonista Juan Carlos Paz, quien lo consideraba, siguiendo a Wagner, un autor de canzonetas con el acompañamiento de la “guitarra sinfónica”.
Verdi se vio favorecido por la revalorización de la ópera en la última posguerra, con Visconti a la cabeza, desde su riqueza como psicólogo, compatible con el teatro moderno. Se recogieron sus obras traspuestas y se lo vio como no sólo como el más grande operista de la historia sino como uno de los cimeros dramaturgos a secas, capaz de tutearse con Shakespeare y corregir sus errores, según se advierte en Makbeth y en Otello. Por lo mismo, salvador de textos infumables de Victor Hugo, Scribe, Dumas hijo, el duque de Rivas, García Gutiérrez y Schiller, a cuyo Don Carlosdotó de un final hoy claramente freudiano. El teatrero amante del lugar común se transformó en un crítico de los poderes, la aristocracia, la burguesía filistea y el clero.
El melodismo verdiano se probó, más allá de una facilidad natural envidiable, ser un elemento expresivo, liberado de los alardes divistas y de su divulgación en los organillos callejeros. La popularidad de Verdi llegó con tardío reconocimiento y se alineó entre los más exigentes escritores del arte sonoro. Sucesivas masas de escuchas en todo el mundo excedieron la figura del patriótico italiano del Risorgimento, inspirador universal de intérpretes y directores de escena, sin excluir la dosis de esnobismo que arrastran más a menudo de lo deseable.
Variopintas batutas, eximias en lo sinfónico, sirvieron a su obra y lo continúan haciendo. Siguiendo al gran Toscanini, Bruno Walter, Erich Kleiber, Igor Markevitch, Daniel Baremboim, Herbert von Karajan y suma y sigue, lo prueban incansablemente. Entre tanto, modesto y recogido, Don Beppe es siempre el señor campesino de Sant´Agata, vestido de buen corte, madrugando para charlar con sus aparceros y viendo curar sus jamones y sus quesos de Parma. De su chistera fiel se escapan sus prodigios.