El caso Gian-Carlo Menotti
A Menotti le tocó nacer el año en que murió Mahler. Ha pasado un siglo, acaso el más convulso y, en esa medida, rico de la historia musical. Todo ha tenido la velocidad vertiginosa de la tremenda centuria llamada con el número veinte.
No tiene hoy Menotti un lugar lucido en las programaciones. Tal vez los norteamericanos se encarguen de reponerlo en sus escenarios. Su obra instrumental no es gran cosa pero su labor dramática bien vale una revisión. En estos años posmodernos, el eclecticismo reina y propone no olvidar el pasado. Si Mahler cerró la herencia tardorromántica centrada en Wagner, dio lugar a que sus discípulos de la Segunda Escuela de Viena limaran la tonalidad y se inscribieran en una visión progresiva de su arte. La música había progresado hacia la atonalidad.
Pero el siglo XX fue el de Schönberg y Berg pero también el de Strauss y Sibelius. Va de Elgar a Philip Glass, de Falla a la música concreta y la electroacústica. Hay atonalismo pero igualmente cuartos de tono y composición aleatoria. No se lo puede ya resumir en un combate entre la vanguardia y la moda retro.
Menotti propuso repensar la ópera a partir del verismo – Puccini, sí, pero también Janacek y Shostakovich – incorporando el jazz y situando al viejo y glorioso género en la avenida Broadway. Además, ganó para la ópera la televisión (Amahl y los visitantes nocturnos), una estación de metro (La santa de Bleeker Street), el cine (La médium). Hizo cantar a Kafka (El cónsul) y hasta redactó un dúo de amor telefónico (El teléfono). No están mal estas innovaciones para un músico considerado como conservador y pasatista.
Las extravagancias e impertinencias de muchos directores de escena actuales no le convienen, ya que, escénicamente, sus obras están muy acotadas por un hombre de tablas como él. Pero asimismo se ha renovado la dirección actoral y Menotti, en esto, tiene mucho que proponer. ¿Lo verán así los gerentes de nuestras temporadas operísticas? La historia es, a veces, desobediente a las profecías y recuerda a los olvidados.