Dos retornados
Tras la guerra que acabó en 1945 retornaron a sus pagos dos músicos de alta notoriedad: Paul Hindemith y Erich Korngold. Se habían exilado en los Estados Unidos, empujados por la represión nazi, el uno por degenerado y el otro por judío. Las obras de Hindemith fueron prohibidas en la Alemania hitleriana no obstante los esfuerzos de su amigo Wilhelm Furtwängler por demostrar la honda germanidad de su arte. En cuanto a Korngold, era una causa perdida de antemano ya que no se puede llegar a ser ni dejar de ser judío.
Volvieron pero no a la Europa que habían dejado. Musicalmente, la hegemonía pasó explosivamente a las sucesivas vanguardias. El compositor alemán de la nueva época era Henze y, más allá de su respeto por la música del semitono, Stockhausen y Kagel, a su tiempo, experimentarían con pianos desencordados y osciladores electroacústicos. En Francia, Schaffer reproponía la música concreta de los futuristas italianos.
Desde luego, la comedida vanguardia de Hindemith y su pulcra Nueva Objetividad merecían el respeto que merecen las colecciones de los museos. En cuanto a Korngold, había cometido el pecado mortal de escribir para el cine de Hollywood y está todo dicho. Si no al museo, lo mandaron a la filmoteca.
El tiempo ha pasado. A esta obviedad se suma otra, tópica: el tiempo todo lo pone en su lugar. El detalle es que nunca sabemos qué lugar corresponde a cada cosa. En cualquier caso, el tiempo también ha pasado para los novedosos de hace sesenta o setenta años. Son historia, como lo son Bach o Mozart. Personalmente sigo pensando que las Metamorfosis de Hindemith son una de las obras maestras del siglo XX y que La ciduad muerta es una de las mejores óperas modernas. Suma y sigue. Suma y resta. Los retornados, efectivamente, han retornado.