Dos poetas ante la música
La llamada Generación del Veintisiete incorporó a la literatura española una conexión con la música y los músicos que superó la histórica sordera que la aquejaba, bien compartida por las letras en castellano de América. La eclosión de sus poetas coincidió, cabe subrayarlo, con un florecimiento musical paralelo, con las escuelas de Madrid y Barcelona bajo las figuras señeras de Conrado del Campo y Roberto Gerhardt, sin olvidar el magisterio mayor y anterior de Manuel de Falla.
Algunos poetas del Veintisiete fueron ellos mismos músicos: García Lorca y Gerardo Diego [en la foto] actuaron como pianistas y el segundo, largamente, como divulgador y crítico musical. En estas líneas, no obstante, quiero simplemente citar dos breves textos en que se patentiza lo que podríamos llamar subsuelo musical de la palabra poética.
Dice Gerardo Diego: “Yo soy poeta porque no puedo ser músico. Si yo hubiera aprendido el lenguaje de la composición musical y hubiera logrado crearme dentro de él mi metal de voz propio, todo lo que intento decir con la palabra lo hubiera confiado al sonido. La más pura e inaccesible poesía empieza donde la palabra concluye y nace la música.” Esto último comenta un aforismo de Heine pero lo demás refiere una de las tareas utópicas de la poesía desde Mallarmé: decir lo inefable. En este plan, la palabra se tensa hasta un punto en que se vuelve poética: la frontera con su propio silencio y con el puro sonido musical.
A su vez, Jorge Guillén escribe: “Si hubiera una segunda vida me gustaría ser músico para poder escribir una verdadera composición.” Sobra señalar la armoniosa – nunca mejor dicho – aproximación de ambos poetas.
En éstas estaba España cuando se produjo la guerra civil. Las voces cercanas debieron alejarse, sonar por Europa, por América, por una España desgarrada, empobrecida y sometida a un régimen dictatorial. Pero a lo dicho y hecho, a modo de una sinfonía inacabada, no hay drama histórico que pueda aniquilarlo y la musical palabra de estos poetas nos sigue inquietando a través del tiempo.
Blas Matamoro