Don Bruno forever
Hacia 1960 la CBS empezó a editar la última y madura serie de grabaciones dirigidas por Bruno Walter. Recuerdo que algunos, ante su Mozart y su Haydn, pusieron cara de conmiseración y dijeron: “Está bien, son correctas pero demasiado románticas. Esa música ya no se toca así”. Llegó el fin de siglo, cuando todo valía lo mismo en la tolerancia indiferente de la posmodernidad, y luego se inauguró el número XXI, con su repulsiva crisis de insolentes ordenadores y fraudulentos financistas de humo. Ahora tenemos los instrumentos originales, con los que, sin cuestionar el cuidado de sus directores, se consigue que los violines a menudo maúllen y las flautas de pico suenen, con frecuencia, a silbato de afiladores callejeros.
Don Bruno sigue en pie. ¿Suena demasiado romántico? Si se escuchan sus versiones de obras románticas, la diferencia salta a la vista. Por mejor decir: al oído. La anchura orquestal no es la misma, tampoco el fraseo y esa exploración walteriana, microscópica y exquisita, de los detalles, las variantes y los rincones.
La cuestión es de concepto. Se puede imaginar cómo tocaban los intérpretes de la época en la cual fueron compuestas estas obras. Imaginar, no reproducir. No somos, nunca fuimos y jamás seremos personas del siglo XVIII. Nuestra memoria histórica atraviesa, justamente, el romanticismo, y la centuria de Stravinski, Schönberg y asimismo Sibelius y Rachmaninov. Es imposible salirse de nuestro tiempo y trabajar desde la amnesia. Es inútil proclamarse moderno; estamos fatalmente situados en nuestras fechas; somos ineluctablemente modernos, dese a este adjetivo el alcance que se quiera.
Si intentáramos recuperar el tiempo perdido – el tiempo que la historia emplea para transcurrir, para hacerse histórica, valga la redundancia – entonces deberíamos llegar al teatro en coche de caballos e iluminar la sala con velas de sebo. No tendríamos crisis de sistemas sino Guerra de los Siete Años. Tampoco unos políticos acuciados por el Ibex 35 sino elegantes y tajantes monarcas absolutos. Los cambios hacen a nuestra técnica de vida, a nuestro oído, a nuestra corporeidad, al código de nuestros sentimientos, del cual la música es el primer capítulo. Artistas como Bruno Walter siguen contribuyendo a escribirlo.