Diaghilev y la música
Durante estas semanas se puede recorrer la estupenda exposición sobre los Ballets Rusos en el Caixaforum de Madrid. Sin duda, la innovación en el diseño de telones y vestuario debió ser sorprendente para los públicos de la época. No sé si, en la misma medida, se alteraron las costumbres coreográficas. El ballet clásico siguió siéndolo y en otros campos la danza contemporánea deriva de distintos artistas que las tropas de Serge Diaghilev. Hoy sus propuestas visuales aparecen fechadas. Nuestra noción de la escenografía ya no es meramente pictórica y el vestuario – suntuoso, fantasioso, de una artesanía en la confección realmente deslumbrante – se ve poco funcional respecto a la danza y detallista en una medida que no alcanza a distinguir un espectador teatral.
Diaghilev, en todo caso, tiene el mérito genialoide de haber construido una suerte de empresa estética integral sin ser ni compositor, ni pintor, ni coreógrafo, ni bailarín pero sí un hombre capaz de armonizar a todas estas difíciles faunas y dejar una marca aún notable en la historia del arte.
En lo musical, la reunión de nombres como Debussy, Ravel, Stravinski, Falla, Satie, Richard Strauss y Poulenc pone el listón de sus exigencias a máxima altura. Son todos renovadores de la música en el siglo XX, visibles como Stravinski o pudorosos como Falla y su exquisito casticismo o el Strauss neoclásico y admirador del barroco francés que compone La leyenda de José. Este colectivo permite repensar el curso de una época especialmente agitada porque los herederos del progresismo wagneriano, que especularon en torno a la tonalidad – Schönberg y los suyos – no fueron la única novedad del Novecientos musical. Hubo otras, que produjeron el curioso fenómeno que aunó el primitivismo con el refinamiento decadente. Y en esto, Diaghilev fue un árbitro decisivo, pues supo reunir el ingenuismo del arte popular ruso con la destilada meditación armónica e instrumental de aquellas fechas. Su hijo favorito, Stravinski, quizá sea el mayor músico del siglo, si es que tal categoría existe. Y él supo volver a los barracones de feria, los ritos prehistóricos y las bodas aldeanas, sintetizándolos con las mayores sorpresas de armonía y orquestación de la época. En las exposiciones universales que exhibían los flamantes adelantos de la industria también sonaban instrumentos y se mostraban ídolos de islas vírgenes y selvas intrincadas aún intactas por el hombre. Ni la técnica industrial ni la antropología pudieron conciliarlos. Lo hicieron los artistas.