Desasosiego del perplejo Lecuona
Lo llamaré Orlando Lecuona, porque tiene algo de habanero y de gabacho. Tengo con él una de esas amistades que se desenvuelven entre el silencio y la locuacidad, sin término medio. Descartada la intimidad, pero no la confidencia, queda un ancho campo de palabras o de reservas. Tiene pronta, siempre, la palabra perplejidad. El concepto. Y por eso, sin duda, muchos lo llaman El Perplejo. Lleva años fingiendo que no recuerda la Isla. Al final, ha conseguido no sufrir por ello más que lo imprescindible.
Su perplejidad la muestra, por ejemplo, así:
“Usted me perdonará, Martín, pero esa cuestión de los soportes me deja perplejo. Y yo diría que a ustedes, en Scherzo, les inquieta, pero que tratan de sortear la cuestión como quien está por encima de las circunstancias. No comprendo que se limiten ustedes a hablar de contenidos: este DVD, este CD, este recital enlatado en tal soporte, esta película-ópera… Ustedes han pasado del elepé al CD, y ahora se preguntan, sin escribirlo casi nunca, qué va a ser del CD y del DVD, qué pasa con el blue ray ese que amenaza con destruir de nuevo nuestra bella cinemateca privada de músicas y cinefilias…”
Como siempre, el Perplejo Lecuona despierta cuestiones, no avanza opinión. No tiene opiniones que imponer ni entre sus objetivos se halla convencer a nadie. Su perplejidad es sobre todo inquietud. Inquietud por cosas que a otros les parecerán irrelevantes. Tal vez, como él mismo apunta en ocasiones, traslada su consternación a algo que, aunque posea cierta importancia, es en realidad intrascendente.
Pero comprendo lo de los soportes. Así que le cito una lectura recientísima, un artículo de Borja Hermoso en El País que habla de cine y soportes en DVD o blue ray, o proyecciones en salas, o estrenos en festivales. O, lo que es más sorprendente y quién sabe si temible o acaso la gran redención: el advenimiento del no soporte, esto es, el fonograma, el videograma, la obra de arte o el camelo de última generación en tu disco duro, directamente, sin disco ni carátula, sin papel ni metal.
No quiero ponerme apocalíptico, dice el Perplejo Lecuona, pero creo que tengo derecho a temer que el no soporte pueda ser la antesala del no contenido. Cuando ya no merezca la pena dar contenidos porque todos los querrán sin soporte y sin coste. Entonces…
Silencio.
No crea usted que soy un agente secreto de la SGAE, aclara.
No tiene importancia, le respondo, yo soy socio de la SGAE.
Sí, pero usted no exagera. No tiene por qué. Preferiría ver su producto conocido y reconocido. No quiere vivir de ello tumbado a la bartola. No tiene por qué sentirse identificado con la música canalla. Pero hablábamos de otra cosa. Ya ha visto usted esas ediciones Chopin de Deutsche Grammophon o Brilliant, esas ediciones Puccini, esa gran edición Maria Callas, todo a precios ínfimos. ¿Qué quiere decir eso…? Y no me responda que se trata sólo de una política de precios impuesta por las circunstancias…
Perplejo Lecuona me ha contagiado su incertidumbre. Esto es, su inquietud.
¿Su angustia?
Me voy a un concierto. Dejo solo a Oscar Lecuona, que prepara los cascos para sumergirse en el baño sonoro que todavía puede permitirse.
Creo que la cuestión no va a quedar ahí. Esto, me temo, es sólo un planteamiento.