Darwin y la música
La mujer de Darwin, Emma Wedgwood, había estudiado el piano con Chopin en París y siempre animó las veladas familiares con sus interpretaciones. Su marido, en cambio, se confesaba cercano a la sordera musical. Le gustaban algunas páginas sonoras pero era incapaz de memorizar melodías, disonancias o consonancias. Evocaba su juventud melómana mas se reducía a unas cuantas canciones escolares.
No era la menor disidencia en este matrimonio, por otra parte – digámoslo musicalmente – armonioso. Emma era religiosa y Darwin siempre caminó sobre ascuas en esto porque sabía que sus teorías irritaban al filisteísmo clerical. Bueno, lo siguen irritando.
Hay quienes han querido aplicar el darwinismo para razonar sobre el fenómeno musical. Es un tema peliagudo y, al tratarlo, por ejemplo, neurológicamente, sabios como Oliver Sacks han observado que la música, al revés del lenguaje verbal, no tiene localización cerebral y su funcionamiento nervioso es disperso y afecta a casi todos los centros de nuestro sistema intelectual.
Darwin vaciló al respecto y, como buen hoimbre de ciencia, se detuvo ante el hecho musical que le parecía prodigioso y le suscitaba una sana perplejidad. No trató de imponerle esquemas explicativos sacados de su doctrina. Tal vez le pareció que era algo del dominio chance, palabra que da tanto trabajo a los traductores. ¿Casualidad, azar o lo meramente inexplicable?
La duda darwiniana hace que, en cierto sentido, el sabio hallara musicales los cantos de alguna especie animal, en tanto otras – las lombrices, por ejemplo – resultaran sordas. Sin embargo, desde otro punto de vista, no podía explicar por qué a ciertos pueblos de la humanidad le parecen bellos cantos y danzas que otros juzgan horribles. ¿Cuál es nuestra diferencia específica respecto a los animales más evolucionados? ¿Mensurable o puramente cualitativa? ¿Somos una especie más o una especie menos?
Oyendo a Emma tocar el piano, Darwin solía quedarse absorto, pensativo y silencioso. Uno de sus hijos entiende que la música le ayudaba a pensar. Un contemporáneo suyo, Gustave Flaubert, sostuvo que las decisiones verbales son eufonías. Le mot juste est en mot musical. ¿Qué habría opinado Darwin al respecto? Acorde de resolución y silencio.