Cuestión de toque
De todos los instrumentos, el piano goza de una especial popularidad, como si fuera el instrumento por excelencia de todos y de cualquiera. Hubo un tiempo en que hasta la mínima población del mundo contaba con una subpoblación de estudiantes de piano, que eran, así genéricamente, los músicos de la humanidad. Quizás no haya ingenio más manuable y, a la vez, tan complejo, para producir arte sonoro y de ahí su predicamento. En efecto, ¿qué otro aparato puede sonar como un laúd y una orquesta?
En esto pensaba mientras estaba escuchando al estupendo pianista argentino Horacio Lavandera, ahora vecino de esta ciudad, en la clausura del ciclo SGAE, en la madrileña Sala Berlanga. Horacio es pequeño, delicado y frágil, lo más leve que puede ser una criatura humana. Pero se sienta al piano y cobra una súbita envergadura imperial, convierte la negra caja en una tropa y marcha a la conquista del mundo.
El programa propuesto fue, por mommentos, de una feroz exigencia. Las páginas de Luis de Pablo y Tomás Marco demandaban despliegue pero a la vez matización y pulcritud, desciframientos de complejas escrituras, retumbos cuantiosos. En fin, esas que se llaman virtudes del virtuosismo, valga la redundancia. Hasta las Siete piezas para piano del propio intérprete imponían un desafío. Sobre todo la final, una sucesión escalada de los graves a los agudos del teclado, equivalentes a la repetida descripción de un mundo recién creado, que tantas veces ha cantado la música.
Observando lo que el pianista hacía con el instrumento, aparte de confirmar que es uno de los grandes del teclado, valoré lo que de manual tiene el dichoso monumento de laca y marfil. Hay toques algodonosos, pequeño crujir de cristalitos, caricias carnales de atleta en reposo, vértigos de un sumidero con oscuras aguas, amenazas de truenos y cañonazos como para abrir o concluir una guerra. Y todo por el conjuro de un par de manos como las de Horacio Lavandera. Se dirá que el pedal interviene también en su momento, pero el pedal es mecánico y las manos son orgánicas. Son la vida orgánica de un complicado mecanismo llamado piano, laúd y orquesta. Si las manos son pulcras, evanescentes y certeras como las de este pianista, tan confiado y tan desafiante cuando toma asiento frente a frente de su compañero que es también su simétrico desafiante.
Blas Matamoro