Cuando la música está en peligro
Hay unas graciosas y malévolas caricaturas de época que muestran a Héctor Berlioz como un director de orquesta que en lugar de conducir a un conjunto de músicos, dirige a una tropa de artilleros o un regimiento de coraceros a caballo. En efecto, subido a un podio, debe él mismo taparse los oídos ante el estallido de un cañonazo, en tanto en vez de cuerdas se ven bayonetas y caños de fusil.En otra imagen, aparece conduciendo a una caballería armada que entra en París en son de asedio y toma, acaso evocando a los ingleses, rusos y prusianos que ocuparon la capital francesa tras la definitiva caída de Napoleón. Estamos en pleno romanticismo, con Bonaparte languideciendo en Santa Helena y Francia pagando las deudas de sus guerras imperiales.
Hay aquí varios símbolos en jaque. El primero es venturoso: en París se sigue jugando la gran partida mundial del gusto estético, que a su vez sigue siendo el gusto europeo. Luego, un par de alarmas: el señor Berlioz, con su bélico sinfonismo, está ocupando la leve Lutecia con la pesadez de los orquestones alemanes y, por fin, lo peor: la música, en manos de Berlioz, ha dejado de existir para volver al primitivismo del ruido, empeorado por la moderna técnica de la artillería.
No es el único momento en que la música ha sido puesta en peligro según los códigos imperantes que se consideran los únicos válidos. Esto ocurrió cuando los modos antiguos fueron sustituidos por las tonalidades modernas y, en el ejemplo recordado, cuando la poética de los géneros del clasicismo fue desdeñada por el genialismo romántico. No hay géneros ni formas preconcebidas, todo dependen de la inspiración del sujeto genial.
En el paradigma extremo de Berlioz, cuando el caricaturista lo ve sustituyendo los instrumentos musicales por armas de fuego, lo que se está señalando es que Berlioz no está haciendo música. Cualquier otra cosa, sí, pero no música. Entonces: ¿dónde están los límites de lo musical? ¿Están prefijados o son indeterminados, movibles, alterables?
Hoy las alarmas del caricaturista nos parecen tan divertidas como infundadas. Berlioz es, por el contrario, el fundador de la orquesta moderna, el maestro de la instrumentación sinfónica que admiramos en Wagner, Rimski-Korsakov, Richard Strauss, Debussy y Ravel. Su armamento era festivo, descargado de proyectiles y con bayonetas de cartón plateado. La música, nuevamente, se alteró para conservarse y salió favorecida de la guerrilla doméstica. O, según diría el propio Berlioz, la guerre en dentelles.
Blas Matamoro