Cuadros disolventes (II)
De Cuadros disolventes apenas queda sino la memoria de los libros que registran aquel estreno, aquel “suceso”. Si examinamos el libreto no nos sorprende que ese batiburrillo de estampas asainetadas, cantos y bailables, haya pasado a la historia sin dejar demasiado recuerdo. O, mayormente, como decían los castizos, se haya quedado en su época. Pero, después de todo, ¿no ha sobrevivido La Gran Vía, estrenada en pleno Paseo del Prado tocando a Cibeles y al Buen Retiro en el verano de 1886, en aquel teatro de madera llamado Teatro Felipe, cuando era una cosita para salir del paso en esos días caniculares en que familias enteras desertaban de la villa y corte? Lean las memorias de Corpus Barga, magistrales, además de muy instructivas para el Madrid del tránsito de los siglos. El verano que evoca en el tercer volumen ya merece la lectura del libro.
En virtud del revival del cuplé en los años 50 se colaron en la posteridad algunas piezas que no pertenecían en realidad a eso que se llamó el cuplé (cuyos títulos por excelencia fueron El relicario, La violetera, Ven y ven, y cuyas grandes artistas fueron Raquel Meller o La Fornarina, sin olvidar una artista especializada en cierto subgénero, una dama llamada La Chelito). Era el cuplé un tipo de canto anterior a la irrupción abrumadora de la copla. Una de las musiquillas que se asimilaron al cuplé fue, precisamente, el único número que hoy recordamos de Cuadros disolventes: el chotis Con una falda de percal planchá. Lo cantaba en los años cincuenta Lilian de Celis en aquel programa que algunos lectores entrados en edad acaso recuerden, Aquellos tiempos del cuplé, de la SER, animado por dos actores del cuadro de Radio Madrid, Antonio Alfonso Vidal y Carmen Martínez.
No era un cuplé, sino uno de los números de esa revista estrenada en el Príncipe Alfonso, teatro del Paseo de Recoletos. El público salía de ver la revista, o una zarzuela, o un sainete y se iba a tomar algo a un café de los alrededores. Por ejemplo, a uno entonces muy reciente que se llamaba Café Gijón. Y que ahí sigue.
El chotis debió de gustar mucho y debió de cantarse repetidas veces en los años siguientes. Pero en los años cincuenta, cuando lo resucitó la radio en la voz de bellísimo timbre y toque infantil de Lilian de Celis, debía de estar bastante olvidado. En los años 40 lo había revivido Edgar Neville en su película El crimen de la calle de Bordadores, uno de los tres títulos de la llamada “trilogía” de este magnífico cineasta y a menudo buen dramaturgo de comedia elegante, de alta comedia. Los otros títulos eran La torre de los siete jorobados y Domingo de carnaval (las tres: 1944-1946). En la película, veíamos un trocito del chotis, anunciado por el entusiasta personaje de Mariana, interpretado por Julia Lajos, que será la víctima del crimen en cuestión. Y en esa escena, aunque con humildad de iconografía, vemos lo que de veras debió de ser: una parte lo canta una mujer y otra lo canta un hombre. Vean, si no, el problema de “continuidad” que provoca el que la misma voz que canta que por ahí viene la de la falda de percal, la gracia ‘e Dios, todo eso, sea la misma que, de inmediato, salte a cantar las cualidades notorias del galán que se chulea. Si cae en sus manos un DVD de la película, la verán con placer, pero para lo que ahora decimos importa esa escena, que está más bien al principio. Por el momento, pueden disfrutar el canto de Lilian de Celis y el de Olga Ramos en estos dos enlaces.
Lilian de Celis: Con una falda de percal…
http://www.youtube.com/watch?v=MxOe5b3d3Bc
Olga Ramos: Con una falda de percal…
http://www.youtube.com/watch?v=_VXlIOaUeXQ
Acabamos de mencionar dos nombres importantes del revival del cuplé: Lilian de Celis, que era el alma artística de aquel programa, cuando aún era menor de edad; y Olga Ramos, bastante mayor que Lilian y que sin embargo siguió sus pasos, si bien con su propia gracia y su magisterio, casi veinte años más tarde. Tiene su importancia que tratemos de ellas otro día en este blog. Adelantemos que es inevitable poner otro nombre entre ambas: Sara Montiel. Ya veremos.
Por el momento, terminemos con el chotis que nos ocupa. Verán que es un canto muy madrileño, muy de género chico. Es de un madrileñismo autocomplaciente. Pero se nota que también es acomplejado. El complejo de inferioridad que yo diría que pasó a la historia, pese a simulacros municipales de casticismo caduco, lo mismo que pasó a la historia el intento de creer que ser madrileño era algo superior a lo corriente. Ese complejo lo heredó el canto coplero patriótico de los 40, con antecedentes en tiempos de Dictadura y República. Escuchen cualquier coplilla, pasodoble o tonadilla que trate de cantar las glorias patrias, por pequeñas que sean (como el Cocidito madrileño, por ejemplo, o Sombrero en mano entró en España) y verán y comprobarán ese complejo de inferioridad que es palmario en el final de Con una falda de percal: “No hay quien pueda con la gracia y el estilo de Madrid”.
En cuanto a Cuadros disolventes, la cosa no termina aquí. Queda lo más sabroso. Entre otras cosas, no hemos explicado en qué consisten esos cuadros, y por qué son disolventes. También lo veremos.