Cuadros disolventes (I)
Tengo emplazadito a Manuel García Franco, mi colega fundador y sin embargo amigo, para que emprenda un escrito que se titule algo así como El género chico y la crisis de fin de siglo. Le digo: Manolo, mira por el virote, que Pepe Junco, en su justamente celebrada Mater Dolorosa, ha descuidado el tema del género chico y el teatro por horas. Entre paréntesis: Pepe Álvarez Junco fue profesor mío en Políticas, junto con Mari Carmen Iglesias, Ángel Facio, Antonio Elorza, ¡qué tiempos! Recuerdo un día en que paseábamos por aquel poco ameno campus nada menos que con don Luis Díez del Corral mi buen amigo Juan Antonio Pagán y un servidor, y llegó Pepe con la noticia de que tenía preparada ya su tesis sobre anarquismo, y era tal el número que páginas que don Luis le dijo: “cuidado, que eso no va a haber anarquista que se lo lea”. Esto era a principios de los setenta, tal vez en 1973.
No sé si Manolo me va a salir perezoso; o peor, escéptico. De momento, quisiera referir un estreno de enorme éxito de aquellos tiempos de la crisis y el género, que tendría que ocupar a Manolo en sus investigaciones. Tiempo de teatro por horas, tiempo de zarzuela chica y revista de actualidad. Fin de siglo, guerras coloniales, hundimiento (no decadencia, no), un Madrid que, como el del año 20 de Valle, era “absurdo, brillante y hambriento” (Luces de Bohemia, Dramatis personae).
Hay por ahí un libro que puede todavía encontrarse como oportunidad (no económica, eso no) pero que nadie va a reeditar jamás: Origen y apogeo del género chico, de José Deleito y Piñuela (Revista de Occidente, 1949), el mismo autor de La mala vida en la España de Felipe IV (reeditada por Alianza) y otras obras imprescindibles por mucho que no sean demasiado exigentes en lo científico. Remito a las la pp. 128-132 de Origen y apogeo. Lleva Deleito refiriéndose a los éxitos del Teatro Príncipe Alfonso en 1894-1897. Hay que hacer constar que Deleito, lo mismo que Martínez Olmedilla y el mucho más joven Ramón Femenía Sánchez parten de su propia memoria como espectadores, aunque tengan en cuenta la documentación: una cosa no quita la otra, una cosa no treu l’altra.
Hagamos hoy un primer acercamiento. El 3 de junio de 1896 se estrenaba una revista en el Príncipe Alfonso, Cuadros disolventes. Perrín y Palacios, libretistas pillastres, que se las sabían todas. Música del maestro Manuel Nieto. Insistimos: una revista, como podía serlo La Gran Vía. No es una zarzuela, no. Tampoco lo era La Gran Vía, ustedes lo saben muy bien.
Bien, pero: ¿qué tiene eso que ver con la crisis de fin de siglo?
Lo veremos pronto. No es aconsejable dar toda la trama en una sola entrega.
Pero, caramba, si esto no es ni siquiera una primer acto…
Más a mi favor, espere usted…
¿Ni siquiera puede decirme en qué consisten esos “Cuadros disolventes”?