Contar y cantar
En La armonía es numérica. Música y matemáticas de Javier Arbonés y Pablo Milrud (RBA, Barcelona, 2010), libro de excelencia por su eficaz construcción y la clara certeza de su lenguaje, encuentro dos reflexiones sobre lo matemático de la música o lo musical de las matemáticas, separadas por algunos siglos pero insistentes en el doble tema. Una es debida al filósofo alemán Leibniz, barroco en tiempos de Bach, y la otra, al músico francés Debussy, campeón del impresionismo.
Dice el primero: “La música es el placer que experimenta la mente humana al contar, sin darse cuenta de que está contando.” Y el segundo: “La música es la aritmética de los sonidos, como la óptica es la geometría de la luz.” La figura leibniciana podría traducirse como que la música es una arirmética inconsciente, al menos inadvertida. La réplica diferida debussyana diría lo inverso: el sonido precede a su cuenta como la luz a los estudios del óptico.
¿Qué fue primero, el sonido o su racionalización matemática, el huevo del que nace la gallina o la gallina que pone el huevo que etcétera? Me quedo con el etcétera. Si fuéramos pitagóricos diríamos que en el universo ya hay numeración y música, contar y cantar, todo por junto y que el hombre, animal calculador y melodioso —también por junto— se limita a constatarlo. Entonces ¿para qué redundar en la constatación escribiendo El arte de la fuga o la Sinfonía fantástica?
Me quedo con el etcétera y lo repito. No hay primer factor, los dos estuvieron siempre vinculados. Los músicos contaban sin saberlo y los matemáticos cantaban sin saberlo. Entre medias, aparecen un Bach contemporáneo de Leibniz y un Debussy contemporáneo indudable de Debussy y se ponen a cantar y contar, a contar tiempos y compases y a cantar melodías armoniosamente conjuntadas con otras melodías a la manera como las series divergentes de los números naturales a partir del cero y en infatigable camino hacia el infinito.