Claudina en Bayreuth
En la serie de sus Claudinas, Colette relata en Claudina se va uno de sus viajes a Bayreuth. Hizo cuatro entre 1895 y 1901, en compañía de su entonces marido, llamado literariamente Willy, Catulle Mendès, un wagnerista fervoroso, y un doctor Pizzi, un francés poco propicio a la admiración de Alemania, un flamante imperio que, años antes, había asolado parte de Francia.
El relato de Colette, confiado al diario de un personaje ficticio llamado Annie, es la contrapartida del culto wagnerófilo y aun wagnerómano de aquella época. La ciudad, bajo una lluvia incesante y fastidiosa, huele a agua estancada. Los interiores, a col hervida en vinagre. Las camas de los hoteles crujen como sus tarimas y arañan los cuerpos con rudas sábanas. En los restaurantes no hay más que comidas grasientas, cerveza e hirvientes grogs. En los intervalos, wagneristas inglesas beben té y todo el mundo cotillea como en las meriendas y salones de París. El teatro es feo y gris, huele a goma quemada y a bodega húmeda. Sigfrido Wagner dirige mal la orquesta mientras las señoras se quitan sus aparatosos sombreros para no impedir la visión de los convocados. Del “golfo mágico” surge la música como una bestia oculta.
Para colmo, entre los visitantes está Polaire, una cantante de cabaret parisino, que encuentra las puestas en escena parecidas a sus números de género ínfimo. Su lenguaje es barriobajero y podría trasladarse a cualquiera de las cupletistas españolas contemporáneas, la Ideal Chelito o la Goya, las que buscaban a la pulga indiscreta en los repliegues de sus camisones.
Mendès, rociado de alcohol bávaro, mantiene su mística. Sólo desaprueba El holandés errante, trufado de mala sentimentalidad ítalo-francesa. Es una ópera, no los dramas sacros como Parsifal o las hazañas del incauto Sigfrido. Releídas hoy, las irónicas crónicas colettianas nos alejan del Bayreuth contemporáneo, lleno de gente mundana y elegantísima, acechada por insolentes puestas de vanguardia. ¿Nos falta una Colette para actualizar el día a día de la sagrada colina?
Blas Matamoro