Chicas al violín
Uno de los tópicos que el tiempo ha felizmente derogado es que existen instrumentos musicales destinados, por reparto, a mujeres y varones. Los antecedentes pueden resultar hoy pintorescos. Algunas sociedades filarmónicas de la Alemania ilustrada (siglo XVIII) prohibían a las damas tocar instrumentos que debieran llevarse a la boca o ponerse entre las piernas. O sea: nada de oboes ni violonchelos. ¿Acaso resultaban menos obscenos entre muslos viriles y labios varoniles?
Lo cierto es que alguna orquesta ilustrísima —poco ilustradísima en verdad— como la Filarmónica de Viena, tardó siglos en admitir mujeres en sus filas. Nada digamos de sus podios. Los melómanos de alguna edad —ponga el lector la que prefiera— tenemos memoria de aisladas chicas en las orquestas, normalmente arpistas vestidas de negro y con pudibundos puños de blancos encajes.
Me centro en el violín. Algunos recios simbolismos lo consideraron durante centurias un artefacto de hombres. Está en el aire, sostenido por fuertes brazos, cerca de la cabeza que todo lo piensa y dirige, elevado y entre altas ideas e ideales. En efecto, los violinistas legendarios como Paganini, Lipnitzki y Brindis de Sala, fueron varones. Pero todo cambia, al menos en este orden, y aquellos melómanos aprendimos a admirar, ya en los años cincuenta, a violinistas femeninas como Erica Morini y Ginette Neveux. Destacaban, en contra de todo prejuicio, por la envergadura de su sonido, la firmeza de sus timbres, el arresto en sus momentos de bravura.
Todo este ligero recorrido me ha sido sugerido por la reciente edición del concierto para violín y orquesta de Shostakovich con Leticia Morenoy la Filarmónica Académica de San Petersburgo dirigida por Yuri Termikanov (DG 0028948113385). Podría irme en elogios machistas y decir que el empuje con que Leticia resuelve el envite es viril y que ella, como piba, es muy guapa. Pero ruego que se tachen estas ocurrencias, que no dejan de ser verdad si se aceptan lo que tienen de prejuiciosas. Desde luego ¿qué importa que una violinista sea fea o hermosa como es el caso de Leticia? Basta de piropos.
La obra de Shostakovich es una de ésas de “deslumbra o revienta” y Moreno deslumbra. Recorre esta partitura —laboriosa, farragosa, dificultosa, árida, pensada para un Supermán del violín como David Oistraj— con un desenfado tan señorial, una seguridad de lectura, una intensidad expresiva, un derroche de suntuosidad tímbrica, todo tan generoso que produce aquella impresión más visual que auditiva: el deslumbramiento. Justifica este rápido juicio —reconozco que Leticia merecería mayor amplitud de prosa— como prueba de excelencia. El violín no es masculino ni femenino. Es simplemente —cuando la maestría se impone con tan rotunda sencillez como es el caso— humano.