Cantata suiza: la vileza moral
El tema para hoy iba a ser otro. Pero a veces la actualidad, que suele ser mala consejera para tratar asuntos de la realidad, se impone por la fuerza de su sentido. Hoy se impone la Cantata suiza, el canto de un pueblo satisfecho que vive del cuento y del sufrimiento ajeno. Ya basta, decía la vil propaganda, una letra como la de la Cantata BWV 60 de Bach, cuyo tema sirvió a Berg para el Concierto para violín. Pero esto es otra cantata.
Leo en la prensa que el pueblo soberano de Suiza ha aprobado una nueva vileza de la extrema derecha, tan activa siempre, tan rebelde. Véase la prensa de hoy, prefiero no descender a sucios detalles. Suiza es la patria de Frank Martin. También la de Max Frisch, que nos advierte en varias obras suyas que Suiza se preparaba para formar parte del III Reich una vez que éste hubiera vencido en la guerra. Podríamos discutir con Harry Lime aquello del invento del reloj de cuco, pero no es el momento. Pero el tema, aunque suizo, es europeo. Europa, lamentablemente, va por ahí.
En la película Las consecuencias del amor(Paolo Sorrentino, 2004, con Toni Servillo) vemos cómo Suiza vive de la corrupción, el robo, la delincuencia, la sangre ajena. Con excelente conciencia. No hacía falta esta película, hay otras, y hay muchísima información. Recuerdo El jardín de las delicias, de Saura, cuando el corrupto personaje protagonizado por José Luis Vázquez, disminuido y sin memoria, escucha sin comprender las exclamaciones de Paco Pierrá, que le señala un mapa: “¡Suiza, dinero!”, repite Pierrá. Por cierto: eran tiempos franquistas, era corrupción franquista, porque la corrupción era cosa del franquismo; en cuanto cambiara el régimen, cambiaría la “cosa moral”.
Dice Julian Barnes en El loro de Flaubert: “Flaubert no creía en el progreso: especialmente en el progreso moral, que es el único que importa”.
Suiza es la patria de Guillermo Tell, el legendario, mas también el de Schiller, el de Rossini, el del propio Frisch. Pero de aquel Guillermo hace mucho tiempo.
Suiza recibe dinero manchado de sangre venga de donde venga. De eso vive. De eso vive opíparamente. Eso es la Cantata suiza. Suiza atemoriza desde siempre a los extranjeros que no traen dinero manchado de sangre, sino sólo sangre propia para trabajar y no morirse en su país de origen: recuerdo las amenazas de la extrema derecha suiza, siempre presente, a nuestros emigrantes, sí, a los españoles: vamos a hacer un referéndum que os vais a cagar, y ya estáis haciendo las maletas. Ahora, aquí, algunos canallas planean algo por el estilo. Sin referéndum, con vallas, cuchillas, crimen institucional.
Suele ser cosa de patriotas. Ya lo decía Norman Mailer de los patriotas de su propio país: “Bueno, un cuerpo saludable y una cabeza llena de mierda quizá fuese la dotación indispensable de un patriota” (San Jorge y el padrino). Me lo repetía un amigo vascongado de algunos de sus paisanos. De unos cuantos.
En bastantes artículos de los últimos tiempos leemos repetido el título del que creo que es tercer libro de memorias de Lillian Hellman: Tiempo de canallas. Estaba en el Fondo de Cultura económica, es un libro muy breve y muy sabroso. Se repite el título. Por algo será.
Nunca estuve en Suiza. Qué pena. Creo que es todo muy bonito. Los alrededores de Guántamo, también lo son, dicen. Suiza es como Nürnberg, una preciosidad histórica. Fue aquella cuidad alemana en la que una vez se hizo un hermoso congreso. Suiza tiene poca música, todavía menos que nosotros. Habría que componer la Cantata suiza: mediocridad interior, amenaza y acoso legales al extranjero, criminalidad extramuros. Miedo, odio, recelo. Vileza. Y a vivir.