¿Campeones mundiales?
Los estudiosos de las religiones se ocupan de la llamada participación mística, un fenómeno por el cual una multitud se considera participante de una entidad sobrenatural que homologa a todos sus miembros. En nuestros días, el ejemplo más evidente es el fútbol. Un forofo, habitualmente, se refiere a nosotros como si él mismo fuera Iniesta o Messi. Si se trata de seleccionados nacionales, los confines de la participación se ensanchan y comprometen a toda una sociedad. Entonces, cualquiera de nosotros es campeón mundial de fútbol de 2010.
Esta categoría de campeonato se suele desbordar e impregnar el campo del arte. La música, arte de la impregnación por excelencia, es su campo privilegiado. No quiero meterme en el tema de las músicas nacionales, ligado a las luchas políticas del siglo XIX. Hoy poco importa que Wagner fuera un correcto alemán por ser ario y protestante —aunque muy protegido por un rey católico— y Meyerbeer, un germano incorrecto por ser judío. Particularmente, después del Holocausto, estas cosas, pintorescas en sí mismas, resultan trágicas. Pero sí me interesa el asunto del campeonato de individualidades.
Suele darse cuando algún divo de la música se muere o se retira. Entonces surge la pregunta: ¿será Gigli el nuevo Caruso, Pavarotti el nuevo Gigli, Paquito el Chocolatero el nuevo Pavarotti? O, invirtiendo las comparaciones: nadie volverá a tocar el violín como Heifetz ni el piano como Horowitz, no habrá una nueva Callas o una nueva Tebaldi. Ya no podremos los forofos de una, ir a ver qué mal canta la otra, como los hinchas de Lagartijo iban a ver qué mala tarde podría tener Frascuelo.
La cosa es errónea por la base. Se confunde la tradición, o sea la transmisión de saberes, con la herencia personal. La tradición no lo es y el arte de cada artista, sí lo es y en esta medida, intransferible. Caruso fue único, lo mismo que Gigli o Pavarotti, Callas o Tebaldi, Heifetz y Horowitz. No hay campeonato, ni campeones, ni descenso a clase B ni ascenso a clase A. En arte, además, el toro nunca puede con el torero. Para siempre, Beethoven será Beethoven.