Bach, músico experimental
Bach, obviamente, es uno de los fundadores de la armonía y la poética de los géneros musicales que, con los matices del caso, llega a nuestros días. Podría pensarse que su monumental código es, como todos los códigos, algo cerrado, aunque simpre cabe leer la ley con distintos efectos y hasta es posible reformarla. Hay consensos, herejías y también mayorías absolutas y mandonas, igual que en política. Finalmente, la música es el ejercicio de un poder, la tarea humana de dominar y ordenar los sonidos propuestos por el barullo del mundo.
El cosmos bachiano es técnícamente sutil y complejo. Desde el incauto clavicordio hasta el monumento masivo de las Pasiones, todo responde a una severa filología del lenguaje musical. Pero, como cualquier verdadero artista, Bach es también un experimentador, alguien que ve ante sí un espacio infinitamente amplio para recorrer. Esto abre su código y el primero en abrirlo es él mismo.
Si examinamos una obra singular como pocas que es su Ofrenda musical, inclasificable por donde se la mire, hallamos en su centro una sonata en trío con flauta solista. La dedicó, según es sabido, a un flautista, Federico de Prusia, que jamás la tocó ni la hizo tocar. Pero ahí queda ella, bastante más perdurable que su comitente. Antes y después aparecen un par de ricercare y diez cánones. El “rebuscar” barroco se presta a la experimentación. Es una música que el músico no posee sino que va a buscar a medida que el sonido armonizado se lo sugiere. O la inventa o la encuentra en un olvidado rincón del sonido universal. El canon, por su lado, es una forma estricta, de esas que dan ganas de violar.
Es entonces cuando este fundador de la tonalidad moderna experimenta, justamente, con lo que está construyendo de ella. Las líneas melódicas se envuelven, se expanden, esbozan cadencias, no las resuelven, buscan y rebuscan entre suaves tensiones hasta que, de golpe, viene una cortante resolución, como si lo que estábamos escuchando se revelase ser un fragmento de sabe Dios qué cosa. En esta promesa de resolución, la tonaliad se torna ambigua y semeja disolverse. Bach está haciendo un experimento, no cumpliendo con una norma. Alguien ha dicho que ninguna fuga bachiana es perfectamente una fuga porque si lo fuera dejaría de ser una creación para convertirse en un ejemplo, un ejercicio didáctico. Entonces: no hay arte sin reglas, no hay arte sin experimento. Quien lo probó, lo sabe.