Astucias de Don Beppe
Es sabido que Giuseppe Verdi puede considerarse no sólo el mayor operista de la historia sino también uno de los mayores dramaturgos a secas. Los “toques” y astucias que diseminó en sus obras, mano a mano con nombres como Shakespeare y Schiller, por ejemplo, así lo prueban.
Este último escribió unas cartas sobre Don Carlos –una docena, no menos– para responder a ciertas críticas que se le formularon. Una de ellas, la apasionada y ambigua –explícita si se prefiere– relación entre Carlos y su amigo el marqués de Posa. El compañero del Infante no lo amaba personalmente sino que en él amaba a la humanidad y se ponía a su servicio para liberar a los flamencos. Pura trascendencia, según se ve. Verdi, sin decir una palabra, pone en boca de ambos personajes, en el dúo del primer acto, una suerte de himno de amor que no necesita de más datos. En fin: Verdi es la verdad no verbal de Schiller.
Algo parecido ocurre con Otelo. El libretista Boito, salvo en el tremendo Credo de Yago, se vale de traducciones italianas de parlamentos shakespearianos. Pero entre ellos no está el tema del beso, que se oye en el cierre del primer acto, cuando Otelo y Desdémona se besan, se supone que para recogerse y hacer el amor. Al final, en tanto el moro se encamina a matarla, el tema vuelve. Me gustaría conversar con Freud para preguntarle si la astucia de Don Beppe no une ambas fantasías: la posesión carnal y el homicidio. Te amo, quiero matarte para que seas definitiva y totalmente mía. O: te mato porque sigo queriéndote, aun más allá de la muerte. En fin, la música proclama la inmortalidad del amor y tiñe de sublime al oscuro asesino.
No hay dos sin tres. En La Traviata, ambos preludios empiezan con una lamentosa introducción que describe el anheloso respirar de la enferma, próxima a su agonía. ¿Es porque la Dama de las Camelias ya está enferma al comienzo o porque toda la obra cabe en un solo instante de rememoración, cuando ella se tiende sobre su último lecho? En este caso, el rasgo eleva el melodrama a tragedia. El destino de Violetta es apurar la vida en orgías porque, sin saberlo, se está muriendo a cada instante. Sin saberlo ella, pues la música de Verdi nos lo está diciendo con esa insolente certeza que, precisa y oscura, tiene la música.