Así hacen todas y todos
En algún blog anterior recordé las amonestaciones que mereció Don Giovanni en términos de moralidad, a veces – no siempre – poniendo a salvo el talento musical de Mozart. En el mismo sentido pero con peores resultados se ha ido manifestando la crítica respecto de Cosí fan tutte. Baste rememorar lo que el mismísimo Beethoven pensaba del asunto. Esto explica que durante el siglo XIX, para representar la ópera, se alteraran sus palabras y se acabaran ofreciendo unas reelaboraciones o, directamente, se la falsificara.
En sus días se lamentó que Da Ponte ofreciera una imagen tan degradada de la mujer, un ser capaz de caer tan bajo, y que esta bajeza contagiara al gran compositor que seguía siendo Mozart. Pero aún en 1923, Arthur Schurig, en su boiografía de Amadeus, veía en la farsa no sólo una burla de la pasión amorosa sino, más anchamente, de todo el amor humano, con lo cual se recochineaba de la entera humanidad.
Entre líneas, estos censores formulaban una pregunta tóxica: ¿fue tan pardillo Mozart como para dejarse engatusar por un abate vicioso y cínico o se lo puede considerar cómplice del pecador? En efecto, en obras como La flauta mágica y El rapto en el serrallo, el sentimiento amoroso está sublimado y, valga la reiteración, sublima a quienes lo experimentan. Hasta Las bodas de Fígaro, con todas sus intrigas cortesanas, no deja de mostrar al enamorado o al conquistador como un sujeto de la galantería,
respetuosa de las formas y las fórmulas.
Mucho ha llovido desde entonces: la novela psicológica, el psicoanálisis, la poesía del malditismo, han incidido en un tema tal vez ancestral y –seamos enfáticos– eterno: la ambigüedad de nuestra vida sentimental. Más aún: el enamoramiento como un estado de ilusión que hace del ser amado una suerte de criatura salida de nuestros sueños y nuestros insomnios. La tensión entre ilusión y realidad torna inestable nuestra vida afectiva, por lo que conviene canalizarla en alguna institución, el matrimonio en primer lugar.
Ahora bien: así hacen todas. Y todos ¿qué hacen? Las mujeres no quedan bien paradas ¿y los varones? Despina asevera que es una tontería creer en la fidelidad de ellos, especialmente si vienen vestidos (disfrazados) de militares. Más aún: los galanes son tan sinvergüenzas como su maestro Don Alfonso pues apuestan por la constancia de sus novias a la vez que tratan de apoderarse de las novias ajenas.
Da Ponte hace una crítica despiadada y cargada de ironía al estado del enamoramiento. Pero la hace desde los principios de la Ilustración, es decir: desconfiar de las pasiones y racionalizar la vida de los afectos, de modo que no sean ellos quienes nos dominen sino al revés. Y así lo harán todas y todos.