Arranques del joven genio
Es sabido que el joven Schumann tuvo una educación musical intermitente, poco sistemática y confiada en un genio al que tenía derecho en reconocer. Desde luego, estos alumnos poco ejemplares suelen ser discípulos encarnizados de sí mismos, eternos estudiantes. Lo cierto es que Schumann empezó componiendo unas canciones. Tenía 18 años y se las aprobó el director musical local Gottlob Widebein. El chico quedó entusiasmado con el éxito y decidió ser el autor de una compleja obra, como Dios manda, para figurar en las enciclopedias de la especialidad. En su fantasía empezaron a aparecer series para piano, más canciones, sonatas, sinfonías, conciertos para diversos solistas con orquesta, quizás alguna ópera. Un catálogo de opus que hoy sabemos que se cumplió pero que, por aquellas fechas sólo aparecía completo en sueños.
De toda esa colección sólo surgió un movimiento sinfónico, que se ejecutó en su tiempo como pieza autónoma aunque sólo se trataba de un intento quebrado. Sospecho que Robert quedó muy poco satisfecho con la partitura, deudora vergonzante de grandes ejemplos clásicos como Haydn y Mozart. Esto puede comprobarse en alguna carta juvenil a su amada Clara Wieck, hija del temible profesor Wieck, en la que le exigía que, como escritor, no lo comparase con Jean-Paul Richter y, como músico, al inmenso Wolfgang Amadeus de Salzburgo. Debo la información al libro de Max Kahlbeck sobre Johannes Brahms, volumen III.
Desde luego, Schumann llegó a componer todo ese catálogo que fantaseó en su adolescencia. Hoy lo sabemos pero él no lo conocía por entonces. La pregunta va más allá: ¿podré rellenar el currículo con imitaciones de los grandes maestros o seré capaz de hacer una música identificable como schumanniana? Recorriendo la historia de la música hallamos incontables ejemplos de redacción correctísima de obras cuyos autores son indiscernibles. En cambio, bastan pocos compases de Schumann al piano o con la voz junto al piano para decir que estamos escuchando a Schumann. La diferencia es notable pero, estrictamente, inexplicable. Creer o reventar: el individuo existe y, si es genial, existe como genio. Pero, como sigue aconsejando Leibniz: de lo individual no hay ciencia.