Aplaudiendo y precisando a Guillermo McGill
La cultura en Madrid anda necesitada de parné y, en el caso del jazz, paradójicamente de algo que va más allá de lo necesario, de algo que tiene que ver con lo importante: una gestión justa, eficaz, honesta y comprometida. Noviembre acoge un año más al Festival de Jazz de Madrid, cuya organización ha estado y sigue estando, casi desde siempre, en manos privadas. Poco cambia en el horizonte de los músicos, que por segundo año consecutivo han acudido a la llamada de este festival a cambio de la taquilla que su arte sea capaz de generar.
La situación es cómica, por no decir delirante. Algunos de ellos, caso del baterista Guillermo McGill, han mostrado su total oposición a esta fórmula de trabajo, suspendiendo el concierto que iba a realizar el próximo día 27 y denunciando algunas de las carencias del certamen a través de una carta abierta (http://www.aireflamenco.com/noticias/1289-guillermo-mcgill-explica-por-q…). No obstante, su reivindicación se nos antoja incompleta e insuficiente, ya que fija su atención sobre dos actores, el Ayuntamiento de Madrid y la prensa, que este año poco tienen que ver en esta película de terror. Sigamos.
Es cierto que a un organismo público como el consistorio madrileño ha de reclamársele un mayor apoyo a la cultura, porque, que uno sepa, la ciudad es conocida en el mundo entero por el Museo del Prado, y no por sus políticos, que ojalá también fueran motivo de admiración planetaria (me temo que no es el caso). Sin embargo, tras unas ediciones de absoluto y denigrante desconcierto, los regidores municipales han demostrado este año una coherencia inusitada e incuestionable, por cuanto han decidido no rascarse los bolsillos en busca de unos dineros que no tienen. Esto es: no han aportado subvención alguna al Festival de Jazz Madrid. El dato no invita al orgullo, claro está, pero atendiendo a temporadas pasadas, insistimos, supone un mal menor con mucha coherencia. Nos explicamos.
Otros años el ayuntamiento madrileño aportaba un presupuesto a la entidad privada que organiza, y sigue organizando, el festival, sin exigirle apenas cuentas de cómo lo administraba, esto es, sin exigirle que esa subvención llegara a todos los colaboradores que hacen posible el festival y, por tanto, que su reparto fuera justo y equitativo; llegado a este punto conviene recordar que el año pasado todos los participantes en el certamen cobraron sus respectivos honorarios… todos… menos los músicos, que como se ha dicho, cobraron lo que azarosamente les reportó la taquilla, lo cual no deja de ser incongruente, siendo ellos los máximos protagonistas de la acción, además de inmoral e injusto. Esta vez, al menos, los dineros, al no existir, no serán objeto de especulación interesada y privada, lo cual se agradece, porque esos dineros son de todos nosotros y su mala gestión no duele.
Insistimos, el hecho de que un organismo público no tenga sensibilidad para con la cultura no es nada honroso, es más, una sociedad que no apuesta por la cultura, ya se sabe, es un cementerio anticipado. Eso sí, subrayamos también, que este año en el Festival de Jazz de Madrid no habrá especulaciones con respecto al erario público, concediendo al Ayuntamiento -por lo que al que arriba firma este texto- un periodo de cuarentena que esperemos pronto concluya, apoyando económicamente y gestionando eficazmente la cultura… de todos. Es nuestro derecho y es su obligación. No obstante, sigamos, ya que el tumor de este festival no está para nada extirpado, dándose una vez más movimientos feudales y caciquiles.
McGill ha decidido suspender su concierto, entre otras cosas, por la falta de profesionalidad de la dirección del festival. Lleva razón Guillermo, quien eleva su voz con sólidos argumentos, aunque luego, a nuestro entender, no acaben dirigidos a la ventanilla correcta, que lamento decir que no es la ventanilla de la prensa ni, ojo, ¡este año 2012!, la del Ayuntamiento de Madrid. Las ventanillas afectadas, queda claro, son las de la dirección del festival y… la de los propios músicos, sus agencias y representantes. Aun entendiendo el legítimo derecho del músico a presentarse en la principal plaza de la cultura española, la de Madrid (principal por los beneficios mediáticos de difusión nacional que genera, por nada más), cabe preguntarse por qué éstos asumen las condiciones impuestas por la dirección del certamen. Sus emolumentos dependen de la taquilla, apenas hay promoción, han de pagárselo todo, llevarse el agua y las toallas… Insistimos, podemos entender las potenciales ventajas mediáticas que le pueden reportar al músico el actuar en Madrid, pero no las quejas posteriores, porque las condiciones -o ausencia de condiciones, mejor dicho- están clarísimas desde el principio (sí, en el caso de McGill su denuncia no ha sido a posteriori, sino a medio camino, lo cual tiene su valor).
Así pues, el rumbo de la actual fórmula del Festival de Jazz de Madrid -músicos y promotores que van a taquilla- sólo podrán cambiarlo los propios músicos. La afirmación la realiza un periodista, el que suscribe, al que las malas relaciones con el festival poco le afectan, ni siquiera cuando éste ha usado la vieja estrategia de matar y/o desprestigiar al mensajero (todo ello a raíz de artículos como el publicado el año pasado en elmundo.es, http://www.elmundo.es/elmundo/2011/11/03/cultura/1320336099.html). Sí, vivo para la música, no de la música. Asunto distinto, claro está, es el de un músico que, de ponerle mala cara a un señor con fuertes conexiones con otros festivales y otros poderosos programadores, podría ver cómo de su agenda se le caen un buen puñado de conciertos. Sí, es difícil, injusto, comprensible, jodido, pero a la hora de señalar, por favor, coloquemos el dedo índice en la dirección correcta. Y aquí la gran familia de los músicos tiene mucho que decir y hacer.
Dicho todo lo cual, a músicos como Guillermo McGill se les quiere y se les admira. Y se le aplaude y se le admira el gesto que acaba de protagonizar. Esta misiva, así pues, surge desde la necesidad de aclarar y precisar conceptos, no desde la contestación, ya que de alguna manera siento que el baterista y yo compartimos la misma trinchera. Y desde la obligación que uno siente de diferenciar y destacar lo importante de lo necesario. Hoy tocar en el Festival de Jazz de Madrid, queda claro, no es importante, pero es que ya tampoco es necesario, porque artísticamente y organizativamente es un sindiós de agárrate que vienen curvas. Y los medios de comunicación hace tiempo que ya poco o nada contamos…
Ah! Por cierto, hay una tercera solución con respecto al futuro del Festival de Jazz de Madrid, que es la de que su organización pase al 100% a manos privadas, algo que se rumorea, se dice, se cuenta… ya está en marcha y encima de los despachos del certamen hermano del Festival de Jazz de Barcelona, que pasaría a gestionar ambos certámenes, como la mancomunidad de puente aéreo, que es. Claro, sus promotores, a pesar de ese hipotético nuevo escenario enteramente privado, seguirán solicitando subvenciones, ya que no se conformarán con que el Ayuntamiento de Madrid les ceda, como los cede este año, distintos espacios municipales, caso del Teatro Fernán Gómez; ello nos parecerá bien, por supuesto, pero siempre y cuando la gestión de esos dineros públicos sea transparente y equitativa.
La organización enteramente privada del festival casi nos parece la mejor de las soluciones, aunque la programación artística se resentiría a la baja (presumiblemente se atenderán mayoritariamente las propuestas comerciales); todo sea por el bien de una cultura y gestión públicas, bien planificada y administrada. También en ese caso se acallarían todas nuestras voces, porque en casa ajena, ya se sabe, nadie manda. Sí, a ese futuro festival no podríamos exigirle nada, aunque, ejem, otra cosa será ejercer mi derecho a opinar, que hasta que no le apliquen el IVA, espero ejercer en libertad.