La deconstrucción schumanniana
Observa Martin Geck en su inteligente libro sobre Robert Schumann —se lo puede conseguir traducido por Clara Corral Martínez en la edición de Alianza— que, al menos en dos ejemplos pianísticos del músico suabo, hay lo que hoy, con jerga actualizada, podríamos denominar deconstrucciones. Es decir: algo que está construido se desmonta siguiendo, a la inversa, el procedimiento de su construcción. Si nos ponemos dialécticos podemos concluir que todo reverso es su inverso. En música: volver al comienzo desde el final es finalizar al comenzar.
Geck cita Papillons, cuya conclusión se resuelve con una “danza del abuelo”, número con el que solían terminar las fiestas familiares de la época —si esto lo lee algún argentino puede traducirlo por “la polca del espiante”— que se extingue hasta quedar en una solitaria nota de resolución tonal; y también las Variaciones ABEGG, en las cuales un acorde de siete notas se va despojando una a una de ellas hasta que sólo resuena el la natural, nota clave porque sirve para templar los instrumentos de una orquesta.
Desde luego, salta a la vista —por mejor decir: al oído— que Schumann experimentaba con las fórmulas armónicas y estaba anunciando posteriores ensayos más perfilados y doctrinales. Algunos estudiosos lo vinculan con Wagner a través de Liszt y llegan hasta Alban Berg. Pero hoy me interesa más el valor puramente estético, que involucra la expresividad, de los dos ejemplos mencionados.
En efecto, mirado más en conjunto, el arte schumanniano deconstruye porque construye y lo hace porque su opción artística no es el sistema sino el fragmento. Hasta en ciertos intentos de sonatas le pasa lo mismo: el todo es una suerte de patchwork de pedazos recosidos, como esas mantas que nuestras abuelas confeccionaban con sobras textiles, aprovechando la escasez. Roland Barthes, pensando sobre todo en sus canciones, ve en Schumann al autor de una música que viene de lejos, canta un momento y se vuelve a alejar. De tal manera, aquellas deconstrucciones apuntan más bien a percibir el mundo sonoro como intermitente, no como un continuo orgánico. Y, ya que estamos en un ejercicio de actualización léxica: una masa energética cuántica. Lo que percibimos como compacta realidad es, en realidad si vale el eco, un parpadeo de energías que construyen, deconstruyen y reconstruyen incesantemente el universo. Entre pestañeo y pestañeo, un signo musical: el silencio.